Translúcidos
Decidieron por unanimidad renunciar a su condición de humanos.
Desde entonces se dedican a flotar sobre la ciudad de calles vacías, como pequeños dirigibles de cartílago transparente.
Son millones pero les sobra espacio para moverse, puesto que ocupan varios kilómetros de atmósfera sobre la vertical de la antigua Madrid.
A muchos que les visitaron en el pasado remoto, ya les habían parecido gente libre, aunque indiferente.
Ahora son ambas cosas más que nunca.
En la extremidad superior derecha de cada individuo se ha ido soldando, con el devenir de los siglos, una diminuta prolongación rectangular. Es su medio para comunicarse, pero hace mucho que dejó de tener teclas, para limitarse a emitir leves chispazos azulados cada vez que el individuo exterioriza uno de sus pensamientos.
De todas formas, se trata de pensamientos por lo general futiles.
Conversaciones sobre el color del cielo y la velocidad del viento. Si acaso, alguna declaración de amor: pura estética.
Todo empezó, aunque apenas lo recuerdan, una de aquellas mañanas crudas y soledadas de domingo, cuando caminaban por El Prado o por El Retiro con su periódico bajo el brazo.
Asumieron de pronto su identidad translúcida.
Su identidad pacífica y fría.
(En las riberas cálidas del mar del Este, los habitantes de la otra ciudad discurrieron unas horas sobre el tema, con prudente racionalidad, y después continuaron ocupados en sus propios asuntos.)
Desde entonces se dedican a flotar sobre la ciudad de calles vacías, como pequeños dirigibles de cartílago transparente.
Son millones pero les sobra espacio para moverse, puesto que ocupan varios kilómetros de atmósfera sobre la vertical de la antigua Madrid.
A muchos que les visitaron en el pasado remoto, ya les habían parecido gente libre, aunque indiferente.
Ahora son ambas cosas más que nunca.
En la extremidad superior derecha de cada individuo se ha ido soldando, con el devenir de los siglos, una diminuta prolongación rectangular. Es su medio para comunicarse, pero hace mucho que dejó de tener teclas, para limitarse a emitir leves chispazos azulados cada vez que el individuo exterioriza uno de sus pensamientos.
De todas formas, se trata de pensamientos por lo general futiles.
Conversaciones sobre el color del cielo y la velocidad del viento. Si acaso, alguna declaración de amor: pura estética.
Todo empezó, aunque apenas lo recuerdan, una de aquellas mañanas crudas y soledadas de domingo, cuando caminaban por El Prado o por El Retiro con su periódico bajo el brazo.
Asumieron de pronto su identidad translúcida.
Su identidad pacífica y fría.
(En las riberas cálidas del mar del Este, los habitantes de la otra ciudad discurrieron unas horas sobre el tema, con prudente racionalidad, y después continuaron ocupados en sus propios asuntos.)
14 comentarios
Kiri -
Bambolia -
Kiri -
Una vez estuve en la celda de un cartujo. No es que yo le visitara cual demonio femenino a San Antonio Abad, es que la enseñaban en el Monasterio de El Paular. Sin cartujo dentro, quiero decir.
Enseñaban el silencio, el aislamiento, la paz...
Me gustó mucho estar allí.
Soy un pelín asocial, qué le vamos a hacer.
Gracias, Luis. Besotes. :-)
Luis Muiño -
También me ha gustado mucho lo de la prolongación rectangular.
Gru -
Qué disfrutes de dulces y pringosos sueños. ;-)
Kiri -
Ni un huesito de santo he probado este año.¡ Ay!
Menos mal que me consuelo dando lametazos al móvil...
:-))
Kiri -
(Ya estamos como siempre, jajaja)
Gru -
Kiri -
Gru -
Kiri -
El otro día me pasó una cosa para mí horrible. La persona con la que hablaba por el móvil me dijo:"No te pegues tanto el teléfono a la boca, porfa, que me vas a dejar sordo".
Para mí, este sucedido fue un fracaso existencial.
Supuso la enésima confirmación de que SOY MUY TORPE HABLANDO POR TELÉFONO y esto me convierte en una inadaptada social.
:´-(
Gru -
Kiri -
Gru -