Clima Mediterráneo
Se viene dando, algunas de estas noches, un fenómeno meteorológico asombroso.
En pleno centro de la celtibérica Meseta, en mitad del otoño (que es invierno, porque ya sabemos lo que hay: nueve meses de invierno y tres de infierno), partiendo del interior de determinado recinto secreto, se desencadena por momentos, en todo su cálido esplendor, el clima mediterráneo.
Lo juro: lo he visto yo con estos mismos ojos que descubrieron afortunados, en su día, los colores de Van der Weyden y las pecas de tu espalda.
En el páramo difuminado por la espesa niebla de contaminación, el espectáculo resulta todavía más deslumbrante, sobre todo anoche, cuando se materializó de pronto el patio con naranjos del Museo Frèderic Mares a sólo unos metros de nosotros, en las mismísimas, agrestes e indómitas fronteras de Valdemoro.
Aparición repentina que festejamos, por cierto, entonando canciones guarrillas en valenciano del Norte, en milagroso mestizaje con rimas y poemas del Sur metropolitano de la capital del Imperio :"¿A qué fuiste a Parla?..."(ejem, usté qué cree); "Visite la Costa Marrón: Getafe, Leganés y Alcorcón". Y, para colmo, Sabina en la radio dice que si mis ojos de gata, miau. De gata miope, miau. Y esto..., bueno... bueno, esto no lo dice Sabina, mi lengua de gata, de gata que se fue a Parla, ja ja, digo miau.
En fin, cuando entornábamos los ojos veíamos el Port Olimpic y las tortugas de piedra de Gaudí, todo con iluminación nocturna de gala, por supuesto.
Pero también aquel azul, azul, azul de mañana, al fondo de la avenida de las altísimas palmeras.
Eso y mucho más divisamos, pues, desde las orillas de ese leteo oscuro que chorrea, veloz de luces, hacia las profundidades de Al Andalus.
Además, como luego cenamos en un chino y daban por la tele un partido de no sé quién de-no-sé-dónde contra no sé cuántos de las Chimbambas, pues prácticamente, oye, como que dimos la vuelta al mundo.
De modo que no me extraña nada que esta mañana hayan aparecido, esparcidos en el asfalto de la Nacional IV, restos de la playa de Castelldefels, e incluso un almogávar despistado que preguntaba, en la gasolinera de Pinto, cuándo zarpaba la próxima nave a Venecia, porque él, entre tanta tierra, se marea el hombre una barbaridad.
Y de este fenómeno de los climas doy fe, a poco más de una jornada de la luna llena de Noviembre, mes de las brujas y de las semillas durmientes bajo los hielos.
Porque, como es sabido, yo nunca -¡pero nunca, nunca!- miento.
En pleno centro de la celtibérica Meseta, en mitad del otoño (que es invierno, porque ya sabemos lo que hay: nueve meses de invierno y tres de infierno), partiendo del interior de determinado recinto secreto, se desencadena por momentos, en todo su cálido esplendor, el clima mediterráneo.
Lo juro: lo he visto yo con estos mismos ojos que descubrieron afortunados, en su día, los colores de Van der Weyden y las pecas de tu espalda.
En el páramo difuminado por la espesa niebla de contaminación, el espectáculo resulta todavía más deslumbrante, sobre todo anoche, cuando se materializó de pronto el patio con naranjos del Museo Frèderic Mares a sólo unos metros de nosotros, en las mismísimas, agrestes e indómitas fronteras de Valdemoro.
Aparición repentina que festejamos, por cierto, entonando canciones guarrillas en valenciano del Norte, en milagroso mestizaje con rimas y poemas del Sur metropolitano de la capital del Imperio :"¿A qué fuiste a Parla?..."(ejem, usté qué cree); "Visite la Costa Marrón: Getafe, Leganés y Alcorcón". Y, para colmo, Sabina en la radio dice que si mis ojos de gata, miau. De gata miope, miau. Y esto..., bueno... bueno, esto no lo dice Sabina, mi lengua de gata, de gata que se fue a Parla, ja ja, digo miau.
En fin, cuando entornábamos los ojos veíamos el Port Olimpic y las tortugas de piedra de Gaudí, todo con iluminación nocturna de gala, por supuesto.
Pero también aquel azul, azul, azul de mañana, al fondo de la avenida de las altísimas palmeras.
Eso y mucho más divisamos, pues, desde las orillas de ese leteo oscuro que chorrea, veloz de luces, hacia las profundidades de Al Andalus.
Además, como luego cenamos en un chino y daban por la tele un partido de no sé quién de-no-sé-dónde contra no sé cuántos de las Chimbambas, pues prácticamente, oye, como que dimos la vuelta al mundo.
De modo que no me extraña nada que esta mañana hayan aparecido, esparcidos en el asfalto de la Nacional IV, restos de la playa de Castelldefels, e incluso un almogávar despistado que preguntaba, en la gasolinera de Pinto, cuándo zarpaba la próxima nave a Venecia, porque él, entre tanta tierra, se marea el hombre una barbaridad.
Y de este fenómeno de los climas doy fe, a poco más de una jornada de la luna llena de Noviembre, mes de las brujas y de las semillas durmientes bajo los hielos.
Porque, como es sabido, yo nunca -¡pero nunca, nunca!- miento.
7 comentarios
Kiri -
:-)))
Bambolia -
Pues eso, que la seriedad del tiempo se quedó incrustada dentro de la caja de mi televisor en blanco y negro y ya no ha vuelto a salir de allí porque le teme al carnaval de color al que, cada vez con más profusión, nos estamos acostumbrando los humanos del Este que luego se van al Oeste por aquello de montar a caballo, llevar botas de vaquero duro y rudo y emplear sombreros sudorosos con alas elevadas a un cielo que tiene poco de estepa y un muy mucho de polvorón.
Es una estupidez pero me ha salido de carrerilla. Me tendrán que perdonar los señores, pero he de fregar y no me apetece niente de niente del diente.
Kiri -
:-))
Ciri -
Kiri -
Alsen Bert -
Kiri -