Antiguos Seres
Los carpetanos celtibéricos adoraban, desde tiempos inmemoriales, a un ser femenino a quien los romanos identificaron con Diana.
Dicho ser femenino, cuyo nombre hemos perdido, moraba en bosques, arroyos y fuentes, acompañada por un cortejo de jóvenes que nuestros invasores asimilaron, a su vez, a las ninfas.
Diana y ninfas sólo son tranquilizadoras denominaciones para bien pensantes ciudadanos latinos.
Pero nada más lejos de las risueñas efigies clásicas.
Hablamos de criaturas salvajes. De canciones como roncos gemidos que hielan la sangre de los hombres que espían.
De lobos que se acercan a la hoguera, en las noches de luna llena, para prestar la caricia de su piel a seres adormecidos en brumas de hierba.
En todas partes, esa Diana agreste tuvo un mellizo bello y tenebroso.
Armado con flechas y envuelto en pieles, mostró su sonrisa feroz entre los etruscos; fue llamado el Lobo Oscuro entre los griegos primitivos y Siegmund donde ella se llamó Sieglinde.
Aquí se ha perdido.
No sólo su nombre: hasta su recuerdo ha sido borrado.
Tal vez yace en lo profundo de la Sima del Destino, cerca del río de muchos ojos, allá donde descendió a buscarle el buen caballero loco.
Tal vez la desdicha le volvió doliente y languideció entre las tumbas de la catedral.
Puede que su no-nombre se murmurara al oído de los niños que duermen poco.
Quedan piedras, inscripciones, mañanas de San Juan. Un héroe y una espada.
Un amor inmortal y prohibido que se forja, incandescente, en el yunque del dolor más terrible.
Daban mucho miedo los mellizos divinos, los mellizos salvajes. Aún dan mucho miedo.
Dicho ser femenino, cuyo nombre hemos perdido, moraba en bosques, arroyos y fuentes, acompañada por un cortejo de jóvenes que nuestros invasores asimilaron, a su vez, a las ninfas.
Diana y ninfas sólo son tranquilizadoras denominaciones para bien pensantes ciudadanos latinos.
Pero nada más lejos de las risueñas efigies clásicas.
Hablamos de criaturas salvajes. De canciones como roncos gemidos que hielan la sangre de los hombres que espían.
De lobos que se acercan a la hoguera, en las noches de luna llena, para prestar la caricia de su piel a seres adormecidos en brumas de hierba.
En todas partes, esa Diana agreste tuvo un mellizo bello y tenebroso.
Armado con flechas y envuelto en pieles, mostró su sonrisa feroz entre los etruscos; fue llamado el Lobo Oscuro entre los griegos primitivos y Siegmund donde ella se llamó Sieglinde.
Aquí se ha perdido.
No sólo su nombre: hasta su recuerdo ha sido borrado.
Tal vez yace en lo profundo de la Sima del Destino, cerca del río de muchos ojos, allá donde descendió a buscarle el buen caballero loco.
Tal vez la desdicha le volvió doliente y languideció entre las tumbas de la catedral.
Puede que su no-nombre se murmurara al oído de los niños que duermen poco.
Quedan piedras, inscripciones, mañanas de San Juan. Un héroe y una espada.
Un amor inmortal y prohibido que se forja, incandescente, en el yunque del dolor más terrible.
Daban mucho miedo los mellizos divinos, los mellizos salvajes. Aún dan mucho miedo.
9 comentarios
Kiri -
Bienvenidos los placeres, claro que sí.
Gru -
(Por ahí he leído que "el sexo es la ópera de los pobres", pero no hagas caso, que lo ha dicho un melómano que no liga desde el Pleistoceno)
Kiri -
Kiri -
Ha sido un impacto para mí.
La verdad es que tengo un guru de primera calidad.
Gru -
Un beso.
Kiri -
Kiri -
La Walkirya me derritió y me dejó hecha un charquito en el suelo del comedor.
No entiendo nada de música, pero el trozo en que Siegmund canta junto a la espada Notung, y cuando luego se abren las puertas y es primavera y huyen los dos...Ufff...
Y el final, cuando Wotan hace dormir a Brunhilde... Pues no tengo palabras.
Qué maravilla de música.
Kiri -
Pero, como decía Juan Ramón Jiménez, todas las rosas son la misma rosa.
Si viviera en una tribu carpetana, me pediría ser la contadora de cuentos, ja ja.
Un besote. :-)
Gru -
Cuentas muy bien las leyendas. Sólo falta un fuego en la chimenea para que se vea lo que estás contando. :-)