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Kiribati

Mascota

Mascota Hace algún tiempo, tuve una mascota.
Para ser precisos, se trataba de un reptil marino llamado ictiosaurio. Seguro que habréis oído hablar de él.
Solíamos salir a navegar juntos por los mares Jurásicos. Mi amigo tiraba alegremente de una caracola gigante en la que yo subía, y así surcábamos los dos las infinitas aguas azules.
Recuerdo muy bien el viento y el sol acariciándome la cara, la brisa salobre alborotando mi cabello y a los pterodáctilos emitiendo sus extraños chillidos, mientras volaban en círculo sobre nuestras cabezas.
A veces, el ictiosaurio emprendía una ruta por su cuenta, como si quisiera sorprenderme o sorprenderse a sí mismo. Entonces, salía a toda velocidad de los prudentes límites del Mar de Thetis y, timoneando raudo con su aleta caudal, me conducía a los confines de la banquisa polar, donde se detenía un rato para que ambos pudiéramos contemplar a gusto las auroras boreales.
En otros momentos, me pareció pensativo. Sus ojos redondos escrutaban las profundidades de aquellas aguas transparentes, en cuyo remoto fondo divisábamos las interminables extensiones de arrecifes coralinos.
Pero nunca me dijo en qué pensaba, por más que se lo pregunté.
Tal vez en nada.
Ya no importa: yo guardo el recuerdo preciso de su expresión tan reflexiva, tan tranquila y, si se me permite la adjetivación, tan cetácea.
Y en verdad que se trata de un recuerdo hermoso.
Creo sinceramente que éramos muy felices juntos, sin pedirnos explicaciones.
Siempre nos guardamos un tierno afecto mutuo, aunque perteneciéramos a especies tan dispares y a mundos tan, a primera vista, irreconciliables.
Después él se extinguió, porque pasó su tiempo y le llegó la hora de extinguirse. Y yo me quedé aquí, sola en la playa.
Es en estas noches frías de aurora boreal cuando su recuerdo acude a mí con más fuerza. Le echo tanto de menos...
Ahora intento entablar amistad con una hembra de galápago, que suele venir por aquí a enterrar sus huevos.
No es lo mismo.
La galápago responde educada a mis saludos, pero se ve a las claras que su carácter resulta bastante más cerrado.
A la postre, el ictiosaurio resultó ser la única mascota que yo haya tenido nunca.

Aunque...tal vez yo fui la mascota de él.

Casi nunca, en estos casos, resulta fácil saber quién fue la mascota de quién, ¿verdad?

Pues eso.

7 comentarios

kiribatiK -

je je...

No hay.

seamos cínicas -

Es que ser fashion me ha traído muchos problemas y ahora he decidido reconvertirme. Creo que voy a ser cybercutre.

KiribatiK -

Es muy duro perder a una mascota. Anoche me despedí de una, la más querida de las mascotas. Es duro y triste. Sobre todo, porque no hay justificación por mi parte: es una mascota muy buena. Y muy divertida.
Pero es que no puedo con su pasado y no puedo con su pereza.

Estúpida rana.

Mira tú qué putada, con las poquísimas mascotas buenas que hay en el mundo. Como si anduviéramos sobrados, vamos.

En fin.

KiribatiK -

Cínica, por Dios...¿Medias de rejilla?, ¿Heidi?. Esto...Tú no eres mi Cínica, tu eres un hacker. Confiesa, felón, ¿qué has hecho con la reina del fashion?.

:-P

seamos cínicas -

Es que a las arañas hay que darles trabajo, que si no se deprimen y se quedan todas quietecitas esperando a Godot.

Una buena solución es encargarles que te hagan las medias de rejilla. Así se mantienen activas.

KiribatiK -

Sí, están bien las arañas.
Yo una vez adopté una, en el pueblo, en casa de mi abuela.
Pero pasaban los meses y no se movía.
O bien estaba muerta, o bien es que era un poquito aburrida. En cualquiera de los dos casos, dejó de interesarme como mascota. Tal vez fui un poco egoísta con ella, lo admito.

seamos cínicas -

Yo, como mascota, eligiría a una araña. Me parecen muy apañadas e independientes. No hacen ruido y te montan unas cortinas de diseño monísimas.