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Kiribati

Buceando

Variaciones

Variaciones ¿Cómo se escribe sabiendo que uno escribe para sí mismo?. O para sí mismo y algunos amigos, sin más trascendencia, ni más búsqueda del Santo Grial, que la de compartir un mensaje leve y amable.
¿Cómo se escribe sin pretensiones?
Ahora mismo me entran ganas de recordar dos historias, casi, casi verdaderas, que me sucedieron hace poco en dos lugares reales. Y me trabo al intentar empezarlas.
Es que no sé por qué las cuento.
No sé quién estoy siendo al contarlas.
Si alguien lo sabe, que me lo diga. Así podré contradecir sus palabras.
O que no me lo diga.
Mejor sólo me desfogo un poco y luego nos vamos todos a algún velatorio gallego, uno de esos en los que los cristianos vivitos y coleando cargan cada uno su ataúd - no sea que luego les llegue la hora de verdad y no hayan cumplido lo que quiera que sea que tenían que cumplir- y finaliza todo en una romería lúbrica y veraniega, con contactos carnales variados entre los castaños y el brezo.
Pero ya he empezado a hablar: esto es un vicio. Así que, sea quien sea la que habla, yo o yo, o mi siamesa, o quizá alguna gilipollas irredenta delante de un teclado, y sin saber aún para qué, continuaré largando un poco más.

La primera historia a recordar, narraría cómo y por qué cometí anteayer la aparente tropelía de arrojar a un precioso fantasma, en forma de niña con tirabuzones y frufrús, por la barandilla de un puente sobre el río Tajo.
Lo hice, bien lo sabe Dios, porque la criatura resultó ser una pelma de padre y muy señor mío.
No me quedó otro remedio.
Sé que mi acto puede parecer cruel y deleznable. Era tan mona... pero se trataba de mi supervivencia o la suya. Bueno, la suya no, porque ya estaba muerta desde 1919. Pero es que, para estar muerta, ojo la murga que daba.
Pretendía que le comprara una Barbie. LLoriqueaba, parloteaba y se quejaba sin cesar, persiguiéndome por los setos laberínticos de mi palacio (porque debería ser mío, naturalmente) de Aranjuez.
Yo me había apiadado de ella unas horas antes, al verla tan solita en su inmortalidad encantada, y había cedido a sus ruegos de adoptarla como niña-fantasma personal.
Error.
Grave error.
No consideré que, si vagaba tan solita entre los parterres, por algo sería.
Y era porque no la soportaba ni el tato.
De modo que la agarré por uno de sus pies calzados con calcetinitos de punto de seda y zapatitos de charol, y fue su destino (¿o fue su azar?) hacer splash con grandes aspavientos, amerizando entre las aves acuáticas que graznaban a los chopos desnudos incendiados por el ocaso y bla bla bla.
Supongo que más tarde saldría a flote, con lo cual ahora andará recorriendo los senderos de la Isla en busca de algún nuevo incauto al que dar la brasa.
Advierto, pues, de este grave peligro a los futuros paseantes de los jardines de Aranjuez.

La segunda historia consiste en que la Dama de Baza me ha concedido audiencia, esta mañana, en su urna del Museo Arqueológico Nacional.
No es la primera vez, claro, pero hoy nos hemos quedado más rato charlando.
Doña Cloti (la Dama de Baza se llama Doña Cloti), se ha transfigurado, como acostumbra, de fría piedra inmóvil en la auténtica y muy carnal Diosa Madre mediterránea, en su versión más arisca pero también más fundamentada y enjundiosa: la de Señora de la Ultratumba.
Pues bien: no hay secreto cuya respuesta Doña Cloti ignore.
Y, me estará mal el decirlo, pero, como me tiene cierta afición, me habla a menudo.
¿De dónde, si no, sacaría yo tantísimo embuste? :-D
Ya contaré lo que me ha dicho, ya.

Y ya he vuelto a escribir y a decir aquí estoy yo.

Incorregible.

Soy inconstante hasta para las vacaciones.

Bombadil

Bombadil Lo bueno que tiene la gripe es leer en la cama.
Claro que, después de haber tenido dos trancazos semejantes en el intervalo de un mes, mayormente creo yo que me van a tener que recoger con pala. Pero bueno. La culpa la tengo yo (otro placer de la gripe: el gustillo masoca de la auto-recriminación...mmmmm....!!!)por haber dejado de comer naranjas.
De aquí a un par de días, empezaré a dormir como una cosa tonta. Siempre pasa. Y menos mal, porque así me recupero.
Esta jodida atmósfera estancada de Madrid...Estancada y helada. Los virus no se mueren ni a tiros. Los cabrones se hibernan y luego se reviven.

En fin. Leyendo, leyendo, me encuentro una cita de un poema de Tolkien:

"De nuevo ella huyó, pero él vino rápidamente,
¡Tinúviel! ¡Tinúviel!
La llamó por su nombre élfico
y ella se detuvo entonces, escuchando.
Se quedó allí un instante
y la voz de él fue como un encantamiento,
y el destino cayó sobre Tinúviel
y centelleando se abandonó a sus brazos".

Tolkien era un gran poeta. Y hay que ver lo que molaría llamarse Tinúviel, o Baya de Oro, y centellear una cuando una se abandona a los brazos de rigor. Aunque, como toda la Humanidad conoce, yo tengo una identidad élfica secreta. Pero, las cosas como son: mucho, mucho centelleo no tiene. Si acaso, petardeo.

Tampoco mi personaje de Tolkien favorito es un elfo. Ni sale en las pelis de El Señor de los Anillos.
En realidad, no se sabe a qué especie pertenece. Es más viejo que el bosque donde vive y también es el dueño de la poesía.
Cada vez que alguien le pregunta qué es, él responde que es Tom Bombadil.
"El viejo Tom Bombadil es un sujeto sencillo,
de chaqueta azul brillante y zapatos amarillos".

Y no tengo ni idea de qué relación tienen, unas con otras, las cosas que acabo de escribir.

Pero yo, de mayor, quiero ser Tom Bombadil. :-)

Incendio

Incendio Descubrirás un incendio al otro lado del río,
prendido entre la leña de los chopos desnudos.
Creerás que es eterno ese sol del invierno
reflejando su gloria en la corriente turbia.

Pero, desde esta orilla, si lanzas tu mirada
-como la flecha de oro del arquero Krishna-
y trazas la curva más perfecta del tiempo,
hallarás que entre el hielo aún flota una pregunta.

Y que no queda plazo para responder nada
antes de que la turba de las aves acuáticas
repare en ti y se agite mostrando desagrado,
sellando otra sentencia de expulsión del Jardín.

Así son tus ocasos desde hace diez mil años:
con ellos formarías una escala infinita
hacia ninguna parte, porque, después de todo,
tus labios no sabrían pronunciar la respuesta.

Me voy de viaje

Me voy de viaje A las tierras del Mediterráneo.
Cuidadme el blog.
Cuando vuelva, dilucidaremos entre todos si me hago camionera lesbiana o camarera sexy de bar de camioneros. Las dos opciones me molan, pero me cuesta decidirme. Y es que ya tengo una edad, y mira el año que estamos. Y todavía no me he decidido.
En fin...Siempre me costó definirme en ese juego de poder que son las relaciones entre los sexos. O entre el sexo y el sexo. O entre el no sexo y el sí sexo. O entre el no sexo y luego sí y luego no. O entre el sexo, la Peña Huevera y las abubillas vírgenes.
Qué complicado, por Dios.
Lo de las avestruces está bien, pero Gru aún tiene que adiestarlas para que sean amantes complacientes.

Regresaré en un par de días, no más. Id pensando una respuesta para aconsejarme.

Sed bochornosamente malos, estrepitosamente malos, épicamente malos.

Yo lo soy. Mucho. ;-)

Mago

Mago De los hombros del Mago pende una capa roja y porta el Infinito por sombrero.

El bailarín errante le hizo la pregunta.
Sólo él podía atreverse, puesto que no está cuerdo
y no le debe a nadie explicaciones.
(¡Qué alegre parecía cuando emprendió el camino
que lleva a las montañas azules del Oeste!).

En seguida el Mago se puso a la tarea:
nada le gusta más que construir respuestas
para su viejo amigo y camarada.
Revisó con sus ojos penetrantes
el contenido de vetustos códices.
Ordenó sus precisos instrumentos:
el timón de Simbad,
y las cuerdas de Orfeo;
la escuadra de Hiram
y la espada de Arturo;
el espejo de Balkis
y el caldero de Gwion.
Reunió los materiales infalibles:
fantasía, manos, corazón, memoria,
corriente luminosa, llamarada certera.

Como no es para nada amigo de la prisa,
se detuvo a pensar, paladeando el tiempo:

"Debemos esperar todavía una luna
para que el viento nos diga su palabra,
y nos susurre el almohadón de plumas
un secreto asombroso del que anhelamos
ser los dueños con toda nuestra alma"

Y se dispuso a entretener los siglos
tomando el té en el césped con Alicia
hasta que brillaron las luciérnagas
y se volvió inminente un cambio en el paisaje.

Nada tan dulce

Nada tan dulce Como mi cama en estas noches frías. Apagar la luz y escuchar el ronroneo de la gata, que se duerme en la alfombra. Abrazarme. Yo me abrazo, siempre lo hago: soy mi propio peluche.
Me coloco en posición fetal.
Comienza toda una noche en mi país favorito.
Mañana tendré que hacer esto y lo otro...Muchas cosas, siempre muchas cosas, pero serán mañana porque ahora sólo tengo que sentir calor y sosiego.
Hay un poco de alcohol en mis venas y retazos de frases en el aire. Las recuerdo y me río: son como un caramelo antes de cerrar los ojos.
Me autohipnotizo.
Mi existencia continúa en suspenso. Continuará así por no sé por cuánto tiempo. Una vez me dijiste que levanto muros. Es cierto, y detrás del muro estoy yo.
No se puede pasar.
Ni siquiera sé si la puerta volverá a abrirse.
Estoy demasiado cansada para decidir.
Necesitaría dormir durante años, pero bueno...Creo que con las noches tendrá que bastar.

Aprendiendo a bailar

Aprendiendo a bailar Anoche bailé con El Loco.
Le seguí por el bosque,imitando sus pasos:
su vertiginoso claqué de cascabeles.
El numen danzarín pirueteaba
sobre cada tocón petrificado,
y a mí no me costó nada emularle
porque fluí en estado de mercurio.
El mundo era una arcana caja de cristal
con aristas azules que planteaban
inicios de aventuras por un lado
y principios matemáticos por otro.
Pero cuando llegamos junto al gran árbol negro,
el de las ramas que forman espirales
y las raíces que nacen del mar de hidrocarburos,
El Loco se detuvo y me miró tristemente:
-Ahora ve tu sola, niña de la luz imaginaria.
Y desapareció detrás de un rayo verde.
De inmediato volvimos a empezar
y entonces yo era El Loco.
La niña de la luz imaginaria
me seguía, imitando mis pasos:
mi vertiginoso claqué de cascabeles.
Y las leves variaciones aleatorias,
al cabo de un número de ensayos infinito,
resultaron de todo irrelevantes.

Nada que decir

Sí, estoy siendo mala.
Sí, sigo tirando a los diosecillos de sus pedestales.
No, ya no me embelesan las niñerías en los cuarentones.

Me duele la garganta. Es porque esta mañana anduve descalza. Aún así, he nadado y he sido feliz.

Y ahora quiero dormir.

Gris

Gris Una mañana entera -un verdadero calvario por motivos que sí hacen al caso pero que no saldrán nunca del secreto absoluto-de reunión en la Subdirección.

La gente hacía dibujitos en los folios a hurtadillas. Yo he dibujado una cara de mujer. Una cara de mujer que ahora tengo aquí delante.
No se parece a nadie.
Es una cara que no tiene ni puta gana de reirse hoy. Una mujer que ayer lloró y que luego dejó pasar una noche en negro, con sus correspondientes pastillas y su posterior despertar sobresaltado esta madrugada, sabiendo que tendría que acudir a una reunión que sería un verdadero calvario (por motivos que sí hacen al caso, pero que no saldrán nunca del secreto absoluto). Una boca cerrada, sellada como si se le hubieran pegado los labios. Unas pupilas demasiado insondables para que ningún lector accidental de estas líneas pueda entender lo que ella piensa y siente: la derecha es inmensamente triste; la izquierda es fría y mira fijamente a un punto, un punto que es una decisión inapelable. En conjunto, las dos componen una mirada que es un enigma.
Ella no piensa en la muerte; le resulta ocioso pensar en la vieja conocida.
La muerte está paseando ahora por doquier, en todas partes, en todos los pliegues de las esquinas de su existencia laberíntica y plagada de obstáculos.
Mientras escucha la música aquí, a mi lado, la mujer dibujada entre líneas azules que desvelan decretos y disposiciones adicionales, sabe que no está esperando absolutamente nada.
Atrapada por la verdad de su existencia inmóvil, me ordena con la mirada que viva todo lo que ella no puede ni podrá vivir. Que recorra las veredas haciendo crujir las hojas secas con mis pies errantes camino a ninguna parte. Que me llene de respiraciones por todo mi adentro, y aliente hasta el último aliento, porque en algún iluminado recodo del futuro me están esperando el mar y el bosque que ella, tan desdichada, perdió antes de haber avistado siquiera sus colores.

Calvario gris, noche oscura de ansiolíticos, lágrimas interminables, horas perdidas en la niebla...

Un te quiero rotundo que es una perfecta piedra angular, mal que te pese: i don´t give a damn, i don´t give it up what you say about that.

Veinticuatro largos en la piscina. Bendito sea el dolor de mi cuerpo. Bendito el silencio de las profundidades azules.

Bendita el alma de papel de esa mujer dibujada entre decretos ley.

Creo que voy a mudarme de bitácora.

Rubedo

Rubedo Rubedo es la amputación.
De lo que te pesa, de lo que te duele, de lo que te impide volar.
Y hay que cortarlo, dejar correr la sangre para que forme un riachuelo sobre el césped, porque el rojo se transformará en pepitas de oro cuando amanezca y los primeros rayos del sol se reflejen en el líquido oscuro.
Tan oscuro como el fondo de mis pupilas y como el mar de Homero.

Como si realmente fuera parte de ti, la criatura se aferrará a tu carne y mentirá en tu oído, jurando y perjurando que no volverá a hacerte daño... Tan hermosa, tan azul, tan soñada... Denodada y lastimera, intentará que sigas creyendo que te es imprescindible.
No es verdad.
Todo lo que no te alimenta es producto de deshecho.
Tienes que eliminarla o te matará.
O ella o tú.

Rubedo es el sacrificio sobre el altar de piedra.
El fondo del agua me ha dicho rubedo, como el tronco del árbol me dijo nigredo.
Afilemos, hermanas, las hachas de sílex.
Para la próxima luna llena y ni un día más.

Pez

Pez Experimento una sensación de felicidad cuando nado.
Sobre todo, debajo del agua.
La impresión de que me encuentro en el mundo verdadero, el que se perpetúa, el esencial: el que conecta con los sueños y con las sensaciones que aún no han recibido nombre.
Lo de fuera es contingente. Pura apariencia que, en alguna de esas ocasiones en que saco la cabeza para respirar, habrá desaparecido.
Allí no necesito pensar. Únicamente dejar que aflore lo que más me gusta ser: un animal.
Instinto, movimiento, supervivencia, energía. ¿Realmente se puede ser más?.
Existir, eso es todo.
Sólo cuando comienza a invadirme el cansancio me doy cuenta de que pronto tendré que volver a la mezquindad idiota de ahí arriba, donde hay tantísima gente y tan pocas personas. Donde yo también soy más gente que persona, seguramente.
Y es extraño, aunque contiene una curiosa lógica, que me sienta más humana cuando soy un pez.

Caminata Nocturna

Caminata Nocturna He salido a caminar esta noche por el campus de la Universidad, que está enfrente de mi casa.
Lo hago muchas veces.
Camino deprisa, casi corriendo, con las manos en los bolsillos. Me relaja.
Esta noche, como suele ocurrir en Noviembre, flotaba una neblina húmeda que difuminaba el resplandor amarillo de las farolas.
Los estudiantes pasaban con sus libros y sus carpetas bajo el brazo, camino de su casa o de la cafetería.
Hay árboles enormes en el campus. Están ahí desde que el complejo era un cuartel, construído en el siglo XVIII, y un barrio de casas militares. Sobre todo, hay uno muy grande en el centro del patio al que rodean los edificios de la biblioteca, el auditorio, el rectorado... Ese árbol posee la virtud consistente en que se aclaran las ideas en su cercanía.
Como ésta es una época de adaptación a enormes cambios en el trabajo, una época que me agota y que no me gusta nada, aunque me suponga beneficios económicos, por las tardes y por las noches necesito caminar. Cambiar de escenario radicalmente.
Ojalá tuviera un bosque más cerca.
Pero no hay bosque y por eso frecuento los parques.
Necesitaría una brújula al revés, de las que hacen que te pierdas. Pero ¿hay brújula, bosque o escapatoria?
Creo que esto no depende sólo de mí.
Necesitaría un túnel para evadirme y a esa persona al otro lado; una puerta secreta al Planeta Jardín: no a cualquier jardín, sino a ése.
Me harían falta unas horas de diversión allí de vez en cuando.
Mucha falta.
Después volvería a mis paseos solitarios por la Universidad, a mi rutina tranquila y tranquilizadora.
Sin haber alterado ningún paisaje. No soy una persona que guste de alterar los paisajes de los demás.
Tampoco creo ser demasiado exigente.
¿Lo soy?
El árbol del campus me ha dicho que no, que en absoluto lo soy.

Suéñame

Suéñame Suéñame,
mientras duermes rodeada de nubes
que cobijan el germen de un rayo.

Suéñame,
desde el círculo de pálido fuego
prendido en tus cabellos de alba
como un ascua nevada sobre el horizonte.

Mirada de abismo
que usurpaste el lugar de la Luna y del Sol:
suéñame
desde las profundidades del tiempo,
cuando todavía no han nacido las cosas,
cuando aún no han sido modeladas las sombras.

Mírame:
estoy atrapado detrás de la puerta.
Suéñame.
Créame pronto y sácame de la nada.
Constrúyeme.
Pronuncia mi nombre
para que mi nombre signifique algo.
Añórame,
haz que consiga escapar de esta muerte.

Invéntame.

Suéñame.

Amelia, 27-10-2004.
(Para Reto I de maru-maya)

Tengo una rana masajista

Tengo una rana masajista Ayer iba yo a hacer la compra en el Hipercor, cuando una encantadora señorita me salió al paso para ofrecerme un aparatito de masajes con forma de animalito. He de decir que, escasamente media hora antes, me había hecho un corte con un cuchillo en un dedito de la manera más tonta. No había nadie en casa para consolarme de mi espantosa herida, asi que acogí aquel consuelo mercenario con alborozo.
Otras veces ni caso he hecho a las vendedoras de bichitos masajistas, pero ésta llegó en buen momento y era encantadora, razones por las cuales le permití que me hiciera una prueba.

¡Joerrr, qué cosquillas!
La gente se quedaba mirando porque me daba mucha risa, con saltitos y ayayayquécosquillas, y, claro, la chica se partía de verme.

Otro espectáculo gratis que proporcioné a mis conciudadanos.

Claro que le compré el bicho. Me encantó. Una rana, por supuesto. Bueno, las mariquitas eran monas, pero es que hace poco me he comprado un sujetador con estampado de mariquitas y mucho mariconeo ya.
Tratándose de mí, que soy anfibia como sabe todo el planeta, tenía que ser una rana.

Por razones que no hacen al caso, me vienen ahora a la memoria los gilipollas que hay por el mundo.

Pareceré despiadada, pero cuán preferible es mi rana masajista a un gilipollas.
Suele pensarse que, por el simple hecho de ser uno un bípledo implume medio evolucionado del australopithecus, se goza de más derecho a ocupar un espacio en el Universo, y en la vida de las buenas personas, que un aparato de pilas.
Craso error.
Con mi rana relajo mis músculos y doy masaje a mi niña en su espaldita cansada de llevar la mochila. Y además es monísima, de un verde esmeralda precioso. Y el rato que pasé con aquella chica encantadora del Hipercor, siempre será un grato recuerdo asociado a mi bichito mecánico.

¿Y un gilipollas qué proporciona, aparte de quebraderos de cabeza y disgustos?

En fin, que no me vea yo en la tesitura de tener que elegir entre cortar el suministro de oxígeno a un gilipollas o las pilas a mi rana.

Y eso es lo que hay.

(La imagen no tiene nada que ver, es que me gusta a mí)

Orillas

Orillas Vivían en las orillas del Gran Río. En orillas opuestas: nunca llegaron a tocarse. Sólo se hablaban, se hablaban mucho, años de conversación acumulados.
Y se miraban, casi siempre sonriendo.
Alguna vez, uno de los dos propuso cruzar el cauce para ir al encuentro del otro. Pero el cauce les parecía demasiado peligroso. Los remolinos, asesinos invisibles, succionaban a los nadadores hacia el fondo, donde sus pies quedaban atrapados entre las algas y ellos jamás volvían a emerger a la superficie, sino que vegetaban como sombras arrastrándose para siempre entre las arenas del lecho.
Al menos eso creían los dos, bien porque lo habían soñado o bien porque los ancianos de sus respectivas aldeas se lo habían relatado.
De modo que transcurrieron los años y ellos jamás se decidieron a cruzar al otro lado.
Cuando llegaron a la edad adulta, comenzaron las ausencias.
Las obligaciones y las pasiones los mantenían lejos de la ribera.
Siempre terminaban volviendo, pero cada vez con menor frecuencia. Y, sobre todo, cada vez coincidían menos. Cuando alguno de ellos se sentía solo, desdichado o enfadado con el mundo, con o sin motivo, añoraba al otro y acudía al Río. Pero justo entonces el otro era feliz en su aldea y ni siquiera recordaba que el Río existiera, más que, quizá, en alguna tenue ráfaga de sueño cuyo recuerdo desaparecía en cuanto despertaba.
Luego terminaron los años del ruido.
Perdieron todo aquello que se suele perder: la juventud, la fuerza, el entusiasmo del amor. Perdieron personas y cosas insustituibles y entonces sí retornaron los dos al Gran Río.
-Una cosecha próspera este año.- dijo uno de ellos a modo de saludo, nada más ver al otro tomar asiento en la hierba de enfrente.
-Para los jóvenes.-dijo el otro.-Nosotros ya hemos terminado con aquel asunto de la hoz.
-Extrañaba estas mañanas en el Río.
-Yo también. ¿Mereció la pena ausentarse de la orilla?
La pregunta quedó sin respuesta, mientras las miradas de ambos ancianos se perdían en las aguas oscuras, como si fueran las de una sola persona.

La Catedral

La Catedral Algunas veces pienso en qué estará ocurriendo ahora, durante este preciso instante, en el interior de aquella Catedral gótica que visité con luz de día.

Cómo el drama del tiempo hará crujir las tallas de madera. O propiciará un goteo lánguido, repetido e insistente desde cierta mancha de humedad que pasa desapercibida para los turistas. Cómo silbará el viento entre los fragmentos agujereados de una vidriera, y cómo ese mismo viento agitará la túnica y el cabello de una imagen que parecerá cobrar vida de repente.

No sé si se habrá escrito el relato de terror en el cual el protagonista cierra los ojos en su cama, a oscuras en su habitación, y, cuando los vuelve a abrir, se encuentra inexplicablemente encerrado en el interior desierto de la Catedral. Rodeado de miradas fijas de Cristos cubiertos de sangre y de Vírgenes que, desde sus tristes pupilas intensas, volcarán sobre él toda la culpa del mundo.
Presa del pánico, el protagonista correrá de inmediato hacia el enorme portón cerrado y golpeará desesperado la madera con los puños.
Se aferrará a esa puerta carcomida. Gritará. Pero comprenderá en seguida que el eco de su propia voz resulta todavía más aterrador y que ya no se atreve a mirar a su alrededor siquiera, porque sabe (sabe, sí) que las imágenes han cambiado de lugar y de postura a sus espaldas.
Entenderá que está solo.
Solo en su indefensión humana.
Entenderá que ellos, esas formas de vida hechizadas, han decidido hacerle saber que es un intruso y que será brutal, caprichosamente castigado.
Y enloquecerá con las uñas clavadas en la hoja de madera.
Enloquecerá de miedo.
Sólamente de miedo, pues, ¿qué le hubiera impedido destrozar las imágenes, pegarles fuego, romper las vidrieras, huir, negarse al sacrificio del terror supersticioso?
Nada. Pensamos, desde la seguridad engañosa del salón de nuestra casa, que nada.
De modo que el protagonista, seamos sinceros, tal vez ya estaba loco antes de abrir los ojos en la Catedral, cuando los cerró en su lecho.
Por eso, al amanecer, las beatas que acuden a la primera misa del día no descubren nada extraño en el templo. Desde luego, ningún hombre yace agarrotado de pánico junto a la portada principal. Cada objeto sagrado permanece en su lugar, constelado en su preliturgia inamovible, eterna, como las estrellas que, para su solaz, puso en el Cielo el Creador.

Ahora bien, desconocemos si esta ausencia de rarezas se debe a que el hombre nunca estuvo allí, ni salió siquiera de su cama.
O a que unas manos pías retiran cada amanecer los cadáveres de los muertos de miedo en la Catedral.

10 de Octubre

10 de Octubre Frío.

Ha empezado. Lo hemos inaugurado con Ibuprofeno y sus correspondientes imágenes oníricas: un asesino psicópata andaba suelto, por ahí, por alguna parte, y yo tenía que construir un tejado. Bonitas tejas rojas sobre una estructura de cabaña.
Pero esto sólo son sueños químicos.
En realidad el malo está por dentro.
Respiro con calma, me relajo, floto en el agua tibia, me como una maravillosa ensalada de tomate, lechuga, gorgonzola, pollo, orégano...
Luego tomo Ibuprofeno. La niña de los ojos verdes me abraza y me duermo, mirando la lluvia.
Me abrazan por el móvil también. Qué bueno.
Me pierdo en el edredón y el mundo se queda atrás.
Me duelen los muslos y la espalda, pero también el dolor se difuminará, al menos hasta que despierte.
El día se ha vuelto hacia las profundidades.
Ya no se le puede rescatar.
Aunque, tampoco hay mucho que hacer ahí fuera.
Sólo asar dos manzanas con azúcar y canela y ver una película en la tele.

¿Por qué (nos) está ocurriendo esto?
¿Y cuánto tiempo llevaba sucediendo, antes de que empezara(mos) a ser conscientes de nuestro cuerpo?

Tengo ganas de navegar por el Egeo.

Caricia

Caricia Dormitaba y soñó con una caricia.
Percibió el contacto de una mano recorriendo despacio su espalda. Una mano suave, con dedos que crepitaban como el papel de hacer farolillos.
Prefirió seguir durmiendo.
La sensación persistió, aunque disfrazada: peces diminutos agitaban las aletas nadando en el estanque en que se había transformado su cuerpo.
En su sueño, la caricia se confundía con el placer que le llegaba desde dentro de sí, como inoculado al revés.
Sonrió.
Despertó.
Era verano. El sol de la mañana se reflejaba en la pared del dormitorio y llegó hasta sus oidos el rumor de las olas a través de la ventana abierta.
¿Quién estaba a su lado?
Tarde o temprano tendría que volver la cabeza para mirar.
Borró su sonrisa.
Pensó que las caricias deberían tener vida propia, no haber nacido de la voluntad de nadie, no proceder de ninguna mano real. Ser sólamente hijas de los sueños.
Peró al fin volvió la mirada y descubrió que quien acariciaba su espalda se había marchado.
Con gran alarma, percibió que deseaba salir en su busca.

Sin concha

Sin concha Alguien me ha esemeseado hoy : "¡Perezosa! Cinco días sin escribir en tu blog".
Vale, peeeero.... he adelgazado cinco kilos en un mes. Hasta el cerebro me ha adelgazado, creo yo. Y no se puede estar a todo, joven.
( Ojalá me adelgace el cerebro. Yo quiero ser descerebrada.)
De todas maneras, la moda de este otoño en mi domicilio es no agobiarse. Yo fomento en estos días un sentirme ligera e indiferente a todo, como si fuera un condón -con dobladillo- en lo alto de la cabeza de Dumbo. Pasando de todo y a mirar cómo los elefantes menean las orejas.
Y eso que a veces me acuerdo de lo que sucederá en un futuro no lejano: que seré relegada al olvido cuando ya no resulte necesaria.
Como siempre.
Y no sé si esto se ha convertido en un proceso inevitable; en una realidad cíclica, dolorosa, cíclica, dolorosa, cíclica....
O si soy yo, que creo sentirme ligera e indiferente y en realidad estoy tan vulnerable como un caracol sin concha.
De ser así, ya no puedo defenderme. Ni tendré ganas de sentir enfado.
Cualquier soplo de viento será capaz de tumbarme.

Qué Quiere Decir Nunca

Qué Quiere Decir Nunca No es bueno, pero eso no es importante.
Importa que hace justo un año que lo escribí, y que lo siento como algo completamente mío, como una parte de mí misma hecha letras, hasta donde las letras pueden ser pedazos de uno mismo. Que es mucho.
Puede que algún día llegue a ser más largo o puede que la idea que (casi) contiene: que la locura es parte del corazón humano y no es posible huir de ella porque siempre nos viene a buscar, se haga más amplia. Que el muro se convierta en un laberinto de muros. Que la hiedra crezca y caiga por el otro lado con su inscripción de sangre y entonces aparezca el rostro del poeta...
Pero así, como está, lo escupí porque entonces necesitaba escupirlo, y luego todo fue mucho más claro.
Y me gusta revivir esa imagen de los seres de pesadilla abandonados en el jardín. No mi forma de escribir, porque odio releer lo que he escrito, pero sí la imagen.
Creo que todos tenemos ese jardín tapiado y esa puerta cerrada, con sus criaturas al otro lado. Que algunos pobres desdichados viven allí y no pueden salir. Que la mayoría de nosotros ni siquiera (nunca) nos aproximamos al muro y a la puerta.
Y que algunos privilegiados entran y salen, y no se pierden. Pero son los menos.

.....................

Al fondo del jardín hay una puerta cerrada.

El Poeta se marchó por ella hace tiempo. Dos vueltas de metal y un portazo. Y luego el chirrido de muchos días arrastrándose en fila, uno detrás de otro. Los innumerables días de su ausencia.

Así fue como el Poeta nos abandonó, y así fue invadido nuestro jardín por la tristeza.

Sin embargo, es verdad que todavía podemos presentirle muchas veces.

Algunas tardes, si prestamos atención, conseguimos oírle pasear al otro lado del muro, por la arboleda vecina.

Crujen las hojas caídas bajo sus pies cansados.

Su respiración acompasada, pacífica, nos adormece como una nana.

Entonces, nos miramos unos a otros con un gesto cómplice y concentrado. Nos abrazamos fuerte para imaginarle juntos: sí, es él. Está recorriendo lentamente las sendas umbrías del jardín vecino, con su libro entre las manos. Es él.

Luego están esas noches de luna llena en las que centellea el hielo sobre las columnas de mármol. Nos cobijamos juntos del frío, bajo los tréboles, y nos susurramos su nombre. Muy quedo, al oído. Porque su nombre es un secreto.

Al unísono, quisiéramos y no quisiéramos que nos oyera: ¡claro que aún le amamos!. ¿Cómo no amarle a él, al Poeta?. Pero no, no osaríamos turbar la paz, libremente elegida, de su exilio voluntario.

También bajo el cielo azul purísimo de la primavera, solemos sentarnos en círculo entre los rododendros. Intentamos descifrar esa palabra: " nunca". La última que pronunció antes de atravesar la puerta del jardín.

Es que no entendemos qué quiere decir "nunca".

Al fin y al cabo, nosotros no somos más que las criaturas imaginarias de su mente. Él nos soñó, nos dibujó, nos compuso, nos dio forma... Y después se marchó.

LLoramos quedamente en los momentos tristes, cuando comprendemos la verdad: que se fue porque dejamos de agradarle nosotros, sus propias creaciones. Que al final nos odiaba y nos llamaba sus pesadillas. Sus obsesiones, sus monstruos, sus quimeras. Su locura.

Y que renegó de nosotros porque le causábamos pavor.

Pero, ¿qué querrá decir "nunca"?....No hemos dejado de darle vueltas a esa extraña palabra.

Por fin, escuchando a nuestro corazón, hemos escrito una lista con lo que creemos que significa .

La hemos escrito con nuestra sangre, sobre las hojas de hiedra del muro. Así, cuando la hiedra crezca y caiga por el otro lado, él no tendrá más remedio que leerla. La leerá, tendrá que hacerlo aunque le paralice el miedo.

Y esa lista dirá:

Vacío.

Tristeza.

Desesperanza.

Frío.

Abandono.

Desamor.

Nada.

Huída.

Soledad.

Derrumbamiento.

Muerte.

Porque creemos que, tal vez, todo eso quiere decir "nunca".