Juegos de Agua
Anoche soñé que me dejaba caer por una catarata.
Catarata que era una perfecta cortina de espuma; cortina de espuma que ocultaba bajo la roca de su precipicio asombrosos tesoros; asombrosos tesoros a los que no se podía acceder porque revelaban antiguos secretos; antiguos secretos que mi abuela escondió en el fondo de baúles de cuero; baúles de cuero repletos de cosas sin nombre; cosas sin nombre muy bien ordenadas en columnas de cajitas de cartón; cajitas de cartón forradas con las páginas amarillentas de un periódico de 1912; periódico de 1912 que explicaba detalladamente la catástrofe del Titanic.
Y yo me deslicé, abajo, abajo, abajo, igual que en un tobogán, por la algarabía salvaje del torrente.
Me sacudió la risa cuando crucé un arcoiris suspendido a mitad del trayecto.
Empapada en aquella tela de araña de gotitas minúsculas, comencé a escuchar "Papagena, Papageno", que interpretaban artistas flotantes completamente desconocidos, con los rostros cubiertos por máscaras de plumas multicolores.
Sonreí mirando hacia el vacío que comenzaba más allá de las puntas de mis pies, para descubrir que mi tobogán de espuma terminaba en un lago color añil; lago color añil en cuya orilla se hallaba sentado mi abuelo sobre su silla de anea ( hojeaba un periódico de 1912 en el que aparecía la noticia de la catástrofe del Titanic); silla de anea gemela de otra sobre la que yo trepé enseguida para poder asomarme a lo alto de un armario con espejos; armario con espejos en cuya cima descubrí el nacimiento de un río habitado por peces hechos de aire y por pájaros hechos de agua; pájaros hechos de agua que volaron en el horizonte sobre una gran catarata.
Y llegué, jugando en la corriente, hasta esa catarata; me acordé de todas las maravillas que iba a encontrar si saltaba, e inmediatamente lo hice.
Para luego poder soñarlo.
Catarata que era una perfecta cortina de espuma; cortina de espuma que ocultaba bajo la roca de su precipicio asombrosos tesoros; asombrosos tesoros a los que no se podía acceder porque revelaban antiguos secretos; antiguos secretos que mi abuela escondió en el fondo de baúles de cuero; baúles de cuero repletos de cosas sin nombre; cosas sin nombre muy bien ordenadas en columnas de cajitas de cartón; cajitas de cartón forradas con las páginas amarillentas de un periódico de 1912; periódico de 1912 que explicaba detalladamente la catástrofe del Titanic.
Y yo me deslicé, abajo, abajo, abajo, igual que en un tobogán, por la algarabía salvaje del torrente.
Me sacudió la risa cuando crucé un arcoiris suspendido a mitad del trayecto.
Empapada en aquella tela de araña de gotitas minúsculas, comencé a escuchar "Papagena, Papageno", que interpretaban artistas flotantes completamente desconocidos, con los rostros cubiertos por máscaras de plumas multicolores.
Sonreí mirando hacia el vacío que comenzaba más allá de las puntas de mis pies, para descubrir que mi tobogán de espuma terminaba en un lago color añil; lago color añil en cuya orilla se hallaba sentado mi abuelo sobre su silla de anea ( hojeaba un periódico de 1912 en el que aparecía la noticia de la catástrofe del Titanic); silla de anea gemela de otra sobre la que yo trepé enseguida para poder asomarme a lo alto de un armario con espejos; armario con espejos en cuya cima descubrí el nacimiento de un río habitado por peces hechos de aire y por pájaros hechos de agua; pájaros hechos de agua que volaron en el horizonte sobre una gran catarata.
Y llegué, jugando en la corriente, hasta esa catarata; me acordé de todas las maravillas que iba a encontrar si saltaba, e inmediatamente lo hice.
Para luego poder soñarlo.