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Kiribati

Buceando

Light my fire

Light my fire Hoy a las once son días extraños.

Come on, baby,light my fire;
pero entonces nos dibujaban los rayos
sobre las fachadas de cal.
Éramos millones: millones de niños
jugando bajo millones soles.

Soles y viñas.
Soles y montañas.
Soles y caballos.
Soles y rosas.
Soles y nubes.

Nubes tapando el sol.
Riders on the storm,
pero no lo sabíamos.
No todavía.
Ahora sí, pero ahora
ya son las once y son días extraños.

¿Quién fuiste en 1967?

La Cueva

La Cueva Subo todos los atardeceres a lo más alto del risco.
Algunas veces llevo conmigo un libro y me abstraigo en su lectura hasta que me falta la luz. Entonces regreso al pueblo lentamente, mientras me invade un escalofrío inesperado bajo las ya tenues sombras de los árboles y de los cercados semiderruidos.
Otras tardes no llevo ningún libro a mi retiro vespertino, sino que me limito a mirar el paisaje y a tañer mi flauta.
Mis ojos recorren perezosos el semicírculo del horizonte, terminando siempre su periplo en el mismo punto: la gran oquedad de la cueva que se abre en el cerro de enfrente, justo al otro lado del barranco recorrido por el arroyo.

De niño escuché la leyenda de una princesa encantada que asomaba, veloz e incierta como una estrella fugaz, a la entrada de la cueva- su reino subterráneo- en algunos atardeceres de espejismo. Como en muchos otros lugares semejantes, por supuesto, tampoco en este pueblo faltaba quien afirmaba haberla visto o quien conocía a alguien que afirmaba haberla visto. Pura cháchara de viejas, pensaba yo.
Pero luego la ví aparecer en mitad de un ocaso de otoño. Y ella no huyó. Se quedó quieta, envuelta en su vestidura translúcida, los cabellos de plata al viento de la tarde, mientras me miraba fijamente aguardando a que yo me acercara.
Lo hice, pues, ¿cómo resistir a su llamada?. Recuerdo que atravesé el barranco a toda prisa, apenas consciente de hallarme en una esquina decisiva, y llegué apresurado junto ella, sólo para quedarme inmóvil, hechizado, ante su presencia mágica.
Ella parecía flotar detenida en el borde del precipicio, rodeada de atmósfera azul, igual que un girón de nube. Muchas veces he pensado que tal vez lo fuera.
Comenzó a hablar como si lleváramos conversando mil años.

-Soy demasiado vieja.- dijo-. Tus abuelos me buscaron y conversaron conmigo en aquellos días lejanos, cuando venían al monte con sus rebaños y sus perros de caza. Fui yo la que amó al más remoto de tus antepasados, aquel que llegó a este lugar a lomos de su caballo negro y clavó en el suelo la primera piedra del pueblo donde vives. Yo di a luz a su primogénito, el fundador de tu estirpe, cuando las espadas eran aún hojas de bronce con empuñaduras de plata. Mucho tiempo después de que él hubiera muerto, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos aprendieron a mi lado a ser sabios y poderosos. Pero ahora estoy cansada. Incluso para mí, han pasado demasiados inviernos. Por eso voy a entregarte una última palabra y un regalo, y luego desapareceré para siempre.

Yo la miraba obnubilado: sus ojos violetas, su piel nacarada de niña, sus cabellos de plata cayendo en ondas suaves sobre los hombros frágiles. La túnica de agua, los blancos pies descalzos que tocaban apenas la roca del borde del precipicio, las manos que se mecían pausadas en el aire, creando a su alrededor pequeñas espirales de luz y de sombra.
Finalmente, mientras su silueta se volvía transparente por momentos, cobijada por el último rayo del sol, extrajo de un pliegue de su vestido un pequeño objeto y lo depositó en mi mano: era la flauta.
Apremiada, susurró en mi oído su palabra.
Pero desapareció y yo, torpe, torpe de mí, no logro recordar lo que me dijo.

Ahora, en ausencia de ella, a mi alrededor se hunden los muros de mi casa y la hiedra invade, inexorable, nuestras vidas.

Todos los atardeceres subo a este mismo lugar; toco una melodía e intento recordar.

Frente a mí, al otro lado, sólo queda una negra oquedad vacía.

O tal vez nunca hubo otra cosa que una negra oquedad vacía.



Para Elena.

Conocimientos

Conocimientos Tengo un amigo del mejor tipo de amigos: los que te estimulan, los que no te dejan dormirte en los laureles, los que te dicen con la misma tranquilidad lo que haces bien y lo que no mola tanto que hagas.
Gracias a él he llevado a cabo cosas que antes nunca hacía porque yo misma me ponía cortapisas idiotas.
Por ejemplo, fue él quien me tiró de las orejas para que me soltara a conducir por el laberinto autopistero circunvalatorio de Madrid. Antes me cagaba de miedo sólo de pensar en meterme en la M-30. Ahora me recorro todas las emes habidas y por haber sin problemas.
Y esto no es ninguna tontería: para mí ha representado una de esas tareas que cuestan un mundo, pero que, cuando has conseguido dominarlas con tu propio esfuerzo, te suben la autoestima al Kilimanjaro.
Hoy he hecho otra cosa que antes... es queeee jooooo me dabaaa un corteee....: he comido en un bar de camioneros lleno de camioneros. Con calendarios de chicas tetonas y eso. Ninguna mujer, sólo la camarera y yo. La comida estaba buena y el sitio estaba limpio, ¿qué más da si yo estaba o no fuera de lugar?; ¿y qué es estar "fuera de lugar"?: pues no es nada, absolutamente nada. Una etiqueta. Nada.
Mi amigo parloteaba de política, su tema favorito, bla, bla, bla... y éramos una mesa de lo más animado porque los demás comían, callaban y miraban la tele.
Esa persona, mi amigo, es realmente especial, alguien que, de una forma o de otra, quiero conservar en mi vida mucho, mucho tiempo. Y yo creo que a él le pasa lo mismo conmigo. Ojalá.

Kilimanjaro

Kilimanjaro Anoche soñé que navegaba por un río subterráneo, en una pequeña barca de madera. Era un río veloz y me costaba bastante mantener la barca a flote.
El río discurría por una gruta que horadaba el corazón de una montaña.
Yo no sabía dónde iba, ni cómo había llegado hasta allí. Sólo sabía que tenía que pelear con un timón difícil de manejar.
Además, nadando en el agua oscura había bichos sin ojos; bichos muy, muy asquerosos que no describiré ahora.
Conseguí, con gran esfuerzo, salir del túnel.
El río desembocó en un lago, a plena luz del día. Estaba en el corazón de Africa y veía ante mí el Kilimanjaro.
Y era una imagen bellísima después de la oscuridad.
Yo es que sueño así, a lo grande.
Nada del Aneto ni el cerro Garabitas: el Kilimanjaro, con dos cojones.
Va a ser el Espidifén.
Pero mola, mola mucho.

) (

) ( La vida es rara, acojonantemente rara, aunque esto no sea más que una generalidad poco explícita, poco concreta y, por lo mismo, tal vez una simple frase sin contenido real.
Seamos concretos: la vida se ve rara en ocasiones. Ejemplo: sucede, cuando ya casi nada te sorprende, que el mundo se vuelve zurdo, como reflejado en un espejo, y así te das cuenta de que te sorprende todo.
Dos caras del mismo denario.
Yo no nací aprendida a desaprender, sino que me costó mucho lograrlo. Me cuesta mucho todos los días.
Desaprender tópicos y sumisiones. Desaprender, por encima de todo, las necedades que se inculcan a los niños para que aprendan a mentirse y a mentir, ya que, de lo contrario, podrían jugar a menudo a volver el mundo zurdo con el consiguiente desconcierto de sus mayores.
El mayor de todos los misterios, lo que nunca se nos dijo ni siquiera al oído, es que el Universo está por construir y lo estará siempre.
Que cada nueva percepción elegida lo desordena y lo vuelve a ordenar, como a las piezas de un mecano.
Que, como dijo Aute, sólo morir permanece como la más inmutable razón; vivir es un accidente, un ejercicio de gozo y dolor.
Por eso, quien pone reglas al juego, se engaña si dice que es jugador.
Y, si es perverso, sabe que se engaña pero continúa.

Enemigos

Enemigos Anoche soñé que mataba ratas enormes con un spray.
Me sentía depredadoramente feliz cada vez que me cargaba a alguna. Sin piedad. Sin perdón. Una, otra, más...
Lo malo es que el spray no funcionaba muy bien (los sprays de los sueños no suelen hacerlo, como todo el mundo sabe) y algunas se escapaban por ahí, huyendo por habitaciones parecidas a los salones de El Gatopardo de Viconti, sólo que con las escayolas y los dorados arruinados, los mármoles del suelo llenos de agujeros y las paredes plagadas de manchas de humedad.
Las ratas son mis enemigos.
Mi enemigos míticos.
Creo que nunca se lo he contado a nadie, o tal vez a mi amiga MJ, pero la última rata viva y real que ví, no la olvidaré jamás.
Iba en mi coche con un amigo. Le llevaba a su lugar de trabajo, después de una tarde muy agradable juntos. No sé cómo - bueno sí: soy torpe para encontrar las calles- terminé en un callejón sin salida: una calleja de polígono industrial que pasaba por debajo de una vía del tren de cercanías, en las inmediaciones de la estación de El Pozo.
Al ver que aquello no tenía salida, frené para dar la vuelta. Entonces ví una rata enorme y negra parada allí delante.
Tuve una semi-ataque de pánico.
Mi amigo tuvo que hacerse cargo del volante y sacar el coche de allí porque yo ya no daba pie con bola.
Durante ese tiempo, la puta rata ni se inmutó. Estaba allí, mirando, con sus ojillos clavados en el coche, sin asustarse ni moverse un milímetro. Con claridad meridiana nos estaba diciendo que lo único que le impedía destrozarnos era su menor tamaño. Pero que no le faltaban ni las ganas ni el instinto.
Estaba anocheciendo. Era la tarde del diez de marzo de 2004. Al día siguiente, mientras escuchaba las noticias, yo pensaba por momentos en la rata. Para mí, el recuerdo del 11M va siempre unido a la imagen de aquella rata.
Siento que mis ratas son mensajeras de la crueldad.
Y por eso las mato en mis sueños.
Lo que pasa es que nunca se mueren todas.

El Deseo

El Deseo El deseo es el factor inexplicable. El factor subrepticio.
Imparable e inaudito, como una riada de glóbulos rojos en una calle cualquiera de una ciudad cualquiera.
El deseo es una sala de espera donde el tiempo, invariablemente, se dilata en exceso.
Es un vaso comunicante con el otro: con el Otro. El Otro. Él.
Y el tirón de una mano de gigante que se ha metido en tus entrañas haciendo caso omiso a tus protestas.
Y un severo repaso a todo aquello que diste por bueno sin fundamento alguno.
El deseo te hace correr con la mente detenida en un punto brillante.
Te hace cavar zanjas a toda prisa, antes de que florezcan los rosales.
Antes de que irrumpa la angustia y empiece a ajar los pétalos.
Los glóbulos, la espera, el otro, tus entrañas, aquel punto brillante, los pétalos, la angustia... El Otro. Él.

(Imagen: Luis Martín Duque, Desnudo Masculino)

Jardín Oscuro

Hay un punto en el Universo en el que sorprendo a mi memoria volviendo infinitas veces, sin que yo sepa por qué.
Para mí es un lugar mágico. Es un puente sobre el Tajo, junto al palacio de Aranjuez.
Allí me he detenido y me he asomado con frecuencia. Miro al agua y, sin dramas, percibo la muerte. La veo como el olvido, como pasar a otra sala y no acordarme de lo que dejé en la anterior. Una vez escribí un poema allí mismo, en ese preciso lugar, porque sentí tan clara esa presencia de la muerte como si alguien me la estuviera explicando al oído con todo detalle.
Lo puse aquí, hace muchísimo tiempo.
Como la inmensa mayoría de mis textos, ya no me gusta. Más bien lo odio. Yo sólo puedo leer lo que he escrito cuando lo estoy repasando: al día siguiente no lo soporto. Me parece malísimo, pretencioso y lleno de fallos. No sé si lo es. Seguramente, aunque esto es lo de menos.
Lo terrible es esa manera tan intensa de experimentar emociones, sensaciones, lugares, olores, recuerdos.... No creo que nadie pueda entenderlo de verdad. Ahí pierdo el contacto con los demás y me siento completamente sola en el mundo.
Y no, no estoy exagerando.
El caso es que hoy yo paseaba por allí con mis sobrinos (tengo tres, como el pato Donald).
A ellos les gusta el sitio porque se ven los patos nadando abajo. Y porque, en la fuente de Hércules, que está cerca, nos hemos salpicado. Hacía viento.
Es muy posible que mi fijación por ese lugar se deba también a alguna escena de mi infancia que yo no recuerdo. Mi hermana y yo también íbamos allí con mis padres.
En el mismo lugar hay dos relojes.
Uno está en la fachada del palacio: siempre marca las seis en punto. Bueno, no creo que marque nada, sólo que las agujas están detenidas en posición vertical.
Otro es un grabado en la pileta de la misma fuente de Hércules. Es de sol, pero no tiene gnomon, que es la parte del sencillo mecanismo que haría sombra sobre las muescas. Luego, no marca ninguna hora.
La sensación allí es que tengo que recordar algo, algo importante, y no lo consigo.
Se me ocurren historias enteras mientras me asomo al río.
Es como si se abriera una compuerta.
Allí soy yo, yo misma. Muy bien, pero el problema es que no me siento a salvo.
Bueno, no sé por qué lo explico tanto. Ya sé que no se me entiende.
Además da lo mismo.
Estoy segura de que da lo mismo.

Conversación telefónica

Conversación telefónica Él.-Buenas, que felicidades.
Yo.-Pues nada, que gracias.

........ (bla, bla, cosas de la niña esta que tenemos repartida y eso).....

Yo.-Pues hale, a la cama, que ya son horas.
Él.-¿A la cama solos o acompañaos?
Yo.-Pues tú no sé, yo sola porque ya no aguanto dormir con nadie. Otras cosas puede, pero dormir ná de ná.
Él.-¿Otras cosas?, ¿qué cosas?.
Yo.-Pues pocas cosas porque la cosa propiamente dicha anda muy malita.
Él.-Sí que anda malita la cosa, sí, pero creí que era para mí solo.
Yo.-Pues es para todos los españoles sin excepción.
Él.-Pues la gente se pasa el día largando que hace esto y lo otro.
Yo.-Nada, tú ni caso. Aquí no fornica nadie y el que diga que fornica, miente.
Él.-Tú qué sabrás.
Yo.-Pues sí que sé, porque son cuarenta y tres tacos ya.
Él.-Eso te pasa por cumplir años. Yo me paré en los treinta y de los treinta no paso.
Yo.-Sí, en los treinta bajo cero, no te jode.
Él.-Nada, a la cama que mañana hay que madrugar.
Yo.-Pues buenas noches tenga usted. Y muchas gracias.
Él.-Y que cumplas mil más.
Yo.-Eso, eso, pero sin achaques.
Él.-Adiós.
Yo.-Adiós.

Dilema

Dilema Tengo las cervicales chungas. Me lo ha dicho hoy el médico. Lo normal es que las vertebras cervicales se alineen formando una suave S, al igual que el resto de la columna. De lo contrario, iríamos por el mundo rígidos como paraguas y no dejaríamos de caernos al suelo.
Pues yo las cervicales las tengo derechas, sin S. Parece que esto se debe a la tensión excesiva de los músculos de la zona sobre los huesos. Tensión excesiva que viene de las malas posturas en el trabajo, de la tendencia a contraer la musculatura del cuello a consecuencia del estrés y de otras jodiendas cotidianas repetidas durante años.
Hablando de curas-gimnastas morboso-musculosos, esto significa, entre otras cosas, que no puedo seguir haciendo pesas, poleas, prensas y lindezas semejantes. El médico dice que mejor haga natación. Me gusta nadar, pero ya me había acostumbrado a mi gimnasio y hoy, mientras estaba allí y sabía que quizá tenga que dejar de ir, sentía que perdía algo mío. Algo que aprecio. Y no hay muchos lugares que yo aprecie, la verdad.
Asi que no sé si empezar a hacer natación o seguir en el gimnasio, pero sólo en la cinta, la bici estática y las cosas que no me afecten al cuello.
No es un dilema tan sencillo como pueda parecer.
No se trata sólo de mi cuerpo.
Se trata de asumir un sentimiento de pertenencia, de integración en una pequeña sociedad, en un pequeño mundo donde he conseguido hacer cosas que nunca creí que sería capaz de hacer. Un recinto donde me he querido mucho.
O seguir siendo nómada y empezar de nuevo en otra parte.

También tendré que dormir en una almohada de esas.

Y tomar Espidifén, que me pone espidifenética, yo me entiendo.

Y,( oh, claro) perder peso. Para lo cual, van a clavarme agujitas. Me apunto a un bombardeo y me apunto a la acupuntura. Y a ver qué es de mí, señores.

Yo nunca dije que fuera buena

Yo nunca dije que fuera buena ¿De dónde habrá salido una idea semejante?
Seguramente es una idea cómoda, una idea zapatillas-de-andar-por-casa. Una de esas ideas que sólo sirven para hacer perder el tiempo a todo el mundo, y especialmente a mí.
Hay quien no me ve egoísta. Por Dios, que visite al oftalmólogo cuanto antes. Yo soy egoísta por convencimiento y por vocación, y me encanta serlo. Egoamante, incluso. Y no soy ególatra porque esto implicaría ponerme a adorar a alguien, tarea que encuentro ardua, innecesaria y contraria a mi arraigado sentido del hedonismo, aunque el objeto de adoración sea yo misma.

Hay quien se empeña en colocarme encima el personaje de coleguita simpática, comprensiva, amistosa y tal. Y yo soy así, claro que sí, pero sólo cuando y con quien decido serlo. Cuando decido que soy otra cosa, no me valen imposiciones de nadie. ¿Que al interfecto no le mola? Pues aquí paz y después gloria, y usted lo pase bien con otros coleguitas, que seguro que los tiene.

Y es que es incomodísimo que te impongan la etiqueta de buena. No por buena, sino porque te la imponen. Claro, como te metan en un estereotipo tan falso como ajustado a sus necesidades, o a su capricho, estás perdida: ya no ven más allá de sus narices. Ya no te ven como eres, sino lo que les da la gana ver. Ya puedes tú andar ejerciendo de fenómeno meteorológico-que es lo tuyo-, que dirán: "Uy, qué brisa se está levantando, mire usted. Bueno, bueno, ya pasará".
Es que, claro, resultas mucho más conveniente de brisilla que de tornado.
Y cuando la brisilla no pasa (porque no puede pasar, ya que no existe como tal brisilla) entonces menean la cabeza con gesto de preocupación y dicen: "Uy, uy, parece que refresca, pero no deja de ser una brisa, ya pasará, bla, bla, bla."

Y bla.

Pues nada, nada. Allá películas, pa qué vamos a discutir.

Pero qué cansancio, por favor.

El Retonno

El Retonno Hoy he vuelto al seno de la Santa Madre Administración, esa mujer pública.
El muchacho nuevo, el de Albacete, parece muy apañao y muy dispuesto. De Albacete y eso. Lo dice él mismo, que es de Albacete, no es que pretenda yo adjudicar procedencias fantasiosas a nadie.
La cosa informática fallando, como siempre que no está mi jefe y servidora se halla en pleno proceso de que le caiga encima la losa de la responsabilidad esa. Mañana o pasado habrá un par de altercados de orden público: pasa siempre cuando es menda la que toca que dé la cara. Ley de Murphy, creo que lo llaman.
¿De dónde se habrán sacado que yo sea capaz de hacerme responsable de nada? Pues eso es porque no han visto cómo tengo la cocina ahora mismo, que tengo la ventana cerrada para que las vecinas no vean el desorden: no vaya a ser que me denuncien a los servicios sociales y éstos vayan y me quiten la custodia del gato.
Si voy a la Dirección Provincial y lloro desconsolada, de rodillas ante la puerta del despacho de la directora, ¿se creerán de una buena vez que soy una irresponsable, una inmadura y una completa discapacitada para todo lo que no sean las tareas más simples?
¿Me darán una baja por depresión, enternecidos por mis lágrimas?
¿Me darán una gratificación en metálico para que me calle de una puta vez?
¿Me darán una patada en el trasero, para que el mismo no estorbe a las señoras de la limpieza en su quehacer cotidiano?
Casi que no voy, por si acaso.
¡Ay!
Sólo me consuela el hecho de que aún me queda una semanita de vacaciones en Octubre y unos diítas para Navidades. Je.

Director

Director Él sigue sentándose en su butaca de anfiteatro, justo enfrente del escenario. Durante todas las funciones.
Su silueta es una forma oscura en la soledad de las alturas, una forma que nadie puede ver, de modo que bien podemos decir de él que está solo .
Mira atento la función y también estudia a los espectadores: sus reacciones ante el discurrir de la obra. Estudiar el rostro de los espectadores siempre le pareció fundamental. Sobre todo el de los niños, cuando los había en la sala: un libro abierto con grandes verdades escritas en él.
Esa butaca donde se sienta fue, cuando aún vivía, su lugar favorito en el teatro. Desde allí podía controlarlo todo, cada detalle. Evaluar el trabajo, anotar mentalmente lo que había que cambiar. Casi nunca disfrutar con el resultado, aunque éste fuera bueno: el peso de la responsabilidad le pareció siempre demasiado abrumador.
A veces da una palmada y en ese instante el tiempo se detiene. Actores y espectadores quedan paralizados como las figuras de un cuadro.
Entonces él, esa sombra, desciende del anfiteatro y recorre el pasillo, sonriendo a las entrañables caras conocidas que ya no pueden verle ni oírle.
Luego sube al escenario y pasea sin prisa entre los actores. Observa las expresiones congeladas, los ademanes detenidos en una instantánea. Sabe dónde están los fallos. ¿Acaso ellos no los ven? ¡Son tan obvios! Si él aún estuviera vivo, ya se encargaría de hacérselo entender y corregir.
Tal vez lo haga, de todas formas, un día de estos. Ríe al pensar en el susto que se llevarían. Siempre le gustó hacer el gamberro.
Pero no, no interviene, ya que, a decir verdad, se está tomando unas merecidas vacaciones.
Se sentía un poco harto del ruido y del agobio. Su profesión era dura y ocupaba tanto espacio en su vida, que apenas le dejaba tiempo para disfrutar de su familia. No, no se queja. Él eligió esa tarea, y el teatro le entró ciertamente en las venas como una droga. Pero, aún así, estaba cansado y necesitaba un tiempo de reposo.
De todas formas, intuye que alguien, en breve, vendrá a buscarle y se le terminarán las vacaciones. Dentro de su mente, una voz susurra que allí, en ese lugar hacia donde viajará pronto, le están esperando para que les organice un buen espectáculo teatral.
Sí, ya sabe que, las de estos días, son las últimas funciones que observará desde su butaca del anfiteatro.
Les echará de menos, claro: a los actores, a los acomodadores, a los asiduos del público. A su familia, sobre todo a su padre y mano derecha, fiel entre bastidores, atento a sus instrucciones.
Pero es inevitable que caiga el telón pronto.
Que comience la representación en otra parte, donde tanto, tanto le queda aún por aprender.
Tantas funciones por representar.
¿Habrá allí una buena butaca de anfiteatro desde la que pueda sentarse a mirar?
Seguro que sí.

Nigredo

Nigredo La nada viene a ser como se sentía el puto pato aquél del cuento, ese que luego no era un pato.
(Tampoco era un ganso, Gru, no te relamas que te veo)
La nada significa ser muy pequeño y poseer un tesoro que a nadie le interesa. Es que los tesoros del alma no son precisamente fáciles de adquirir, ni es frecuente que a nadie le interesen: antes hay que sacarse de encima el pánico ancestral a los prejuicios, y eso es bien jodido, señores. Atenta contra la comodidad, ergo es inadmisible. Por eso, a los niños poseedores de tesoros los convierten las brujas malas en bichos raros y los abandonan en el bosque.
De modo que eres muy niño aún y te das cuenta de que a nadie le interesan tus tesoros: tu asombrosa imaginación, tu mirada de implacable inocencia, la generosidad de tu amor, que tanto avergüenza a los mezquinos. No sólamente no interesan tus tesoros, sino que te ordenan, bajo pena de condenarte a la no-existencia en sus afectos, que los escondas y los disimules. Que no se te ocurra mostrarte como eres.
¡Hostia ya, que resultas incómoda!. ¿Es que no lo ves, tontita?
Nigredo son los años en que te niegan el derecho a existir. Y lo peor, en que tú misma te niegas el derecho a existir porque has terminado por creerlos a ellos. Como son tantos... Porque tienes miedo de que no te perdonen, de que no te quieran y se te acabe el sustento. De que los patos te tiren a la basura y te veas a ti misma como una de esas cabeza decapitadas de muñeca vieja que a veces has descubierto con horror en los vertederos de un mundo tan rico en vertederos.
Niña, no sabes que el sustento se te acabó hace tiempo y moriste.
No sabes que ya eres esa cabeza de muñeca rota.
Y que esto es Nigredo.
Los largos años de la nada. Los años en que no dejas de destruirte sin tregua para complacer a tu propia bruja malvada interior, la que tan generosamente te regalaron tus mayores y tú aceptaste para sobrevivir.
Y un día, en un extraño momento de lucidez, te asomas a tu interior y sólo ves un abismo negro.
Tu vida, tras haber pagado el tributo a la normalidad, es aparentemente normal.
Sólo que en ella faltas tú.
¿Dónde está la niña, la tierna maga blanca, el suave huevo de cisne?
¿Qué ha sido de ella?
¿Te permitirá la bruja, tu siamesa, tu verruga, emprender el camino azaroso, durísimo, de su búsqueda?
Verás, a los lados de Nigredo hay dos farallones rocosos: en uno está el Castillo de la Locura y en el otro hay una Circe que te convertirá en borrega a poco que te descuides.
Y en mitad, al fondo del precipicio, serpentea el camino, pero el camino no se ve porque todo está oscuro.
Menos mal que aprendiste a encender una luz, mal que le pese a la bruja.
Que no se te olvide, por favor, que no se te olvide nunca que sabes encender luces...

Allí

Más de vez me ha sucedido. Comienza por llamarme la atención una persona: está en primer plano de la foto mental y me fascina, me mantiene entretenida durante mucho tiempo. Pero luego empiezo a fijarme en el paisaje que hay detrás.
El paisaje de su infancia y sus orígenes, donde jugaba de niño, donde se enamoró por primera vez, donde aprendió las leyendas y los cuentos decisivos.
Suelo pensar: "qué hermoso, su tierra es como él, las personas son un calco de la comarca de su infancia".
Recorro esos lugares, primero con la vista. Luego leo, aprendo y me bebo su Historia a tragos voraces.
Porque siempre tienen Historia. A veces, hasta poseen mitos: entonces es una fiesta desbocada para mis sentidos, lo juro.
Cuando ya no me puedo aguantar más, me traslado allí físicamente.
Una vez en el lugar ya no hay remedio: invariablemente me roba el corazón.
¿Y qué pasó con el antiguo protagonista de la foto? Ah...pues sí, qué mono. Pero es la tierra la que de verdad me arrebata. Se siente.
Pasado mañana estaré allí, en el país maravilloso de los robles y del brezo, de las cerezas y las azucenas silvestres, de las montañas que cantan canciones sólo a quien las sabe escuchar ("yo no digo mi canción sino a quien conmigo va"), del escaramujo, las nueces y la miel de romero. De los míticos ríos preñados de oro y de las diosas encontradas en el corazón de una encina, así como quien no quiere la cosa. Donde puedes sentarte a la vera del camino y verás pasar a todas las razas del mundo. Donde aún, en lo más profundo, quedan lobos. Y águilas. Y niños de hermosos ojos oscuros que todavía no saben cuán inmenso es lo que saben.
Esta vez, cuando haya sido capaz de llegar hasta el último confín, abrazaré a un árbol por primera vez en mi vida. Y eso significará mucho, muchísimo. Porque se habrá cerrado el círculo: fue ese árbol el que me llamó a través de ti, el que me llevó a fijarme primero en ti y luego en el paisaje de tu infancia. Porque los árboles ancianos conocen lo visible y lo invisible, y ese árbol sabe que yo necesito imperiosamente abrazarle.
Ya me invade la impaciencia por encontrarme allí.

Siamesas

Siamesas De niña me dijeron que ella había muerto durante el parto, pero sólo se trataba de una mentira más.
La verdad es que se cosió a mi vientre en la oscuridad de la noche y se alimenta de mi sangre desde entonces, sin que los demás la perciban.

No siempre está activa. En ocasiones duerme durante meses, y hasta puede, por momentos, parecer un cadáver. Pero no tarda en despertar, con un hambre salvaje, en cuanto su nariz olfatea la cercanía de algo deseable y apetitoso.
Entonces me obliga a saltar sobre la presa y devorarla con toda premura, murmurando amenazas en mi oído. Yo engullo sin masticar apenas, sin saborear el fruto de mi depredación, ya que ella podría impacientarse y ocurrirían cosas espantosas.

Apenas el alimento llega a mi torrente sanguíneo, ella, mi particular sanguijuela, lo succiona para luego despedir por sus venas verdosas la basura tóxica que me devuelve.

Así vivimos esos momentos de confusión y de caza, como dentro de una nube irreal: todo ocurre deprisa, muy deprisa.

Mi siamesa posee unas pupilas rosadas de niña maligna, una palidez translúcida en su piel de espectro y una boca apretada por la rabia asesina que experimenta contra todo lo que está vivo.

Me aterroriza su veneno, su mirada hipnótica de fiera hambrienta; me golpean sus palabras de criatura pervertida desde la raíz de sí misma: "Tú no sirves...Tú no sabes...Tú no puedes matarme porque morirías también..." Y su risilla seca, breve, cuando murmura con sarcasmo "Oh, pobre de mí, no me mires así...soy apenas poco más que una verruga...".

Pero después emite un gemido y, antes de volver a dormirse, yo sé que entiende que mi mayor deseo es que desaparezca. Y sé que toda ella es, en ese pequeño instante, conciencia de su propia condición de monstruo.

Lo que aún ignora es que por fin, después de tantos años, sé cómo he de hacer para acabar con ella.

Cuando vuelva a abrir sus ojos de demente, hundiré mi boca en la suya y taponaré los blandos orificios de su nariz, hasta arrebatarle, con toda la violencia del deseo y de la muerte, el último resuello de su infravida.

O hasta que ella me lo arrebate a mí.

A.28-7-2004

Pues...

Lo dicho, que voy a callarme unos días.

Le estoy tomando gustillo al sofá. Y que, bueno, esto del bitacoreo me cansa un poco. La cosa es que, cuando escribo de mí misma, me parece que el que lo lea estará pensando "y a mí qué cojones me importa". O, si le importa, estará haciendo una interpretación que igual no se corresponde con la realidad. Esto último me molesta, la verdad.

Y cuando escribo así en plan literata y eso (aparte de que yo creo que uno, lo quiera o no, siempre escribe sobre sí mismo) pues el resultado me suele parecer muy deficiente, igual porque lo es. Y no es plan de comerse el tarro, que se me alteran los biorritmos y me suben los triglicéridos. Situaciones ambas intolerables.

No dejaré de leeros de vez en cuando.

Añado, como colofón, una bonita anécdota de la vida misma, que no tiene la menor relación con lo escrito hasta aquí ni con nada de nada en absoluto:

Conocí hace años (veintitantos ya) a una chica preciosa, inteligente y llena de vida. No sé si llegaba a tener treinta años cuando le diagnosticaron lupus eritematoso. Fueron momentos muy dolorosos para ella y su familia, ya que entonces aún se sabía poquísimo sobre esa enfermedad. En fin, una tragedia todo, de esas que parece que se acaba el mundo.

Muchos años después, la volví a ver en la boda de su hermana. Me alegró comprobar que seguía siendo preciosa, inteligente y llena de vida.

Hasta donde yo sé, así continúa.

Durante estos años he visto morir a gente, supuestamente más sana que ella, a espuertas.

Asi que, contra mi costumbre, moraleja: no siempre está enfermo quien está enfermo, ni está sano quien está sano, ya que hay enfermedades que representan un aviso tan apremiante que uno no tiene más remedio que escucharlo y así empieza a cuidar de sí mismo.

Yo, de momento, presuntamente sana, gracias.

Esta noche,a diferencia de la pasada, hasta he dormido.

Por todo lo cual:

X CERRADO POR VACACIONES X

Mariposa

Mariposa Hay noches oscuras y hay horas largas como maldiciones.
Y, sin embargo, también hay años que se pasan como un suspiro: porque una vez, allí, encontramos a aquella mariposa de alas blancas; aquélla que nos hacía reir y pensar; la que se transformaba en mil seres distintos, a capricho del caleidoscopio asombroso de su fantasía.
Aquella cuya danza nos hacía saber que sí puede haber maravillas al otro lado del espejo.
Que las penas con risa son menos.
Que la soledad se ablanda con las palabras buenas, las palabras dulces y sabias. Y, claro, las írónicas, también las palabras irónicas.
La soledad se ablanda,sí, se le liman las aristas y se convierte en una almohada de plumas susurrando secretos en nuestro oído.
Y va pasando el tiempo y solemos olvidar poner de manifiesto, alto y claro, la gratitud y el cariño. Porque la mariposa tiene que saber que, a veces, se nos ponían los ojos como platos y soltábamos la carcajada, como si lo que leíamos contuviera toda la alegría del mundo. La alegría contagiosa, la que se comparte.
Y tiene que saber la mariposa que, desde aquí, la percibimos, entonces y siempre, como el contacto suave de una mano afectuosa en la oscuridad.
Y que eso no se olvida. Nunca se olvidará.
Y, coño, ojalá, ojalá, ojalá, ojalá, ojalá que la vida se porte con ella decentemente.
Porque lo merece.
Cruzaremos los dedos.

:-)

Allí

Allí Estoy mirando el fondo de una botella de agua, y veo mi futuro en él.

Veo un lugar del que desconozco el nombre, pero le llamaré Allí.
Veo, cerca de una playa, una casa con muchas ventanas, donde el tiempo flota suspendido como las motitas de polvo en un rayo de sol.
Dentro de la casa, veo mis lienzos emborronados de color; y mis libros, mis cientos de libros en las estanterías.
Y veo a un gato perezoso tumbado sobre un cojín.
Y un poco de desorden, claro, no creo que eso de mi desorden pueda cambiarlo ya.
Y veo, sobre todo, a los que me visitan.
Algunas de esas caras, hoy son imaginadas todavía. Otras son tan antiguas en mi vida, como lo que pueda alcanzar con la memoria. También los hay que ya murieron, pero vienen de todas formas. Estos dan poca guerra, las criaturas, y siempre son bien recibidos.
Adelante todos, estais en vuestra casa.
Hay limonada en la nevera.
No, no me molesta el humo de vuestros cigarros, aunque...¡dejad de fumar ya, coño, ahora que todavía os queda un resto de pulmón!
Ah, tampoco me molestan vuestros hijos.
Ni vuestras manías, siempre que no os dé por pegaros, en cuyo caso iré al jardín en busca de la manguera, para refrescaros.
Pondremos música.No muy alta, que ya no tenemos edad para volvernos sordos del todo.
Nos quedaremos de charla hasta que amanezca y dilucidaremos un misterio universal o dos.

Ya estoy deseando llegar Allí. Me cuesta años, claro, canas y magulladuras.
Pero merece la pena.

Os invito a limonada.

Qué hay en la Caja de Oro

Un campo de arroz frente al Mediterráneo.

Cincuenta y cuatro citas en estos doce meses. Todas felices.

Una mesa en aquel bar, tu coca-cola y mi cerveza. Y las tapitas que nos gustan, porque los camareros ya nos conocen.

La libertad que nos regalamos el uno al otro, al no hacernos preguntas.

Mi mano dentro de la tuya. Esto es un pacto entre caballeros.

Agujas de pino y espigas.

Sabina en el altavoz.

"Nunca me canso de ti" en un sms.

"Te he echado de menos" en otro sms.

Aquella verbena de hace dos veranos, cuando todavía no, pero cómo brillaban las luces.

Cielo de Madrid.

Luna de Madrid.

Yo en la autopista.

Tú mirando las rosas de detrás de mi casa.

Dos palabras mágicas, pero no se pueden decir aquí.

Y el mundo, que ya no es el mismo desde que te hiciste un tatuaje con el nombre de esta calle.