Variaciones
¿Cómo se escribe sabiendo que uno escribe para sí mismo?. O para sí mismo y algunos amigos, sin más trascendencia, ni más búsqueda del Santo Grial, que la de compartir un mensaje leve y amable.
¿Cómo se escribe sin pretensiones?
Ahora mismo me entran ganas de recordar dos historias, casi, casi verdaderas, que me sucedieron hace poco en dos lugares reales. Y me trabo al intentar empezarlas.
Es que no sé por qué las cuento.
No sé quién estoy siendo al contarlas.
Si alguien lo sabe, que me lo diga. Así podré contradecir sus palabras.
O que no me lo diga.
Mejor sólo me desfogo un poco y luego nos vamos todos a algún velatorio gallego, uno de esos en los que los cristianos vivitos y coleando cargan cada uno su ataúd - no sea que luego les llegue la hora de verdad y no hayan cumplido lo que quiera que sea que tenían que cumplir- y finaliza todo en una romería lúbrica y veraniega, con contactos carnales variados entre los castaños y el brezo.
Pero ya he empezado a hablar: esto es un vicio. Así que, sea quien sea la que habla, yo o yo, o mi siamesa, o quizá alguna gilipollas irredenta delante de un teclado, y sin saber aún para qué, continuaré largando un poco más.
La primera historia a recordar, narraría cómo y por qué cometí anteayer la aparente tropelía de arrojar a un precioso fantasma, en forma de niña con tirabuzones y frufrús, por la barandilla de un puente sobre el río Tajo.
Lo hice, bien lo sabe Dios, porque la criatura resultó ser una pelma de padre y muy señor mío.
No me quedó otro remedio.
Sé que mi acto puede parecer cruel y deleznable. Era tan mona... pero se trataba de mi supervivencia o la suya. Bueno, la suya no, porque ya estaba muerta desde 1919. Pero es que, para estar muerta, ojo la murga que daba.
Pretendía que le comprara una Barbie. LLoriqueaba, parloteaba y se quejaba sin cesar, persiguiéndome por los setos laberínticos de mi palacio (porque debería ser mío, naturalmente) de Aranjuez.
Yo me había apiadado de ella unas horas antes, al verla tan solita en su inmortalidad encantada, y había cedido a sus ruegos de adoptarla como niña-fantasma personal.
Error.
Grave error.
No consideré que, si vagaba tan solita entre los parterres, por algo sería.
Y era porque no la soportaba ni el tato.
De modo que la agarré por uno de sus pies calzados con calcetinitos de punto de seda y zapatitos de charol, y fue su destino (¿o fue su azar?) hacer splash con grandes aspavientos, amerizando entre las aves acuáticas que graznaban a los chopos desnudos incendiados por el ocaso y bla bla bla.
Supongo que más tarde saldría a flote, con lo cual ahora andará recorriendo los senderos de la Isla en busca de algún nuevo incauto al que dar la brasa.
Advierto, pues, de este grave peligro a los futuros paseantes de los jardines de Aranjuez.
La segunda historia consiste en que la Dama de Baza me ha concedido audiencia, esta mañana, en su urna del Museo Arqueológico Nacional.
No es la primera vez, claro, pero hoy nos hemos quedado más rato charlando.
Doña Cloti (la Dama de Baza se llama Doña Cloti), se ha transfigurado, como acostumbra, de fría piedra inmóvil en la auténtica y muy carnal Diosa Madre mediterránea, en su versión más arisca pero también más fundamentada y enjundiosa: la de Señora de la Ultratumba.
Pues bien: no hay secreto cuya respuesta Doña Cloti ignore.
Y, me estará mal el decirlo, pero, como me tiene cierta afición, me habla a menudo.
¿De dónde, si no, sacaría yo tantísimo embuste? :-D
Ya contaré lo que me ha dicho, ya.
Y ya he vuelto a escribir y a decir aquí estoy yo.
Incorregible.
Soy inconstante hasta para las vacaciones.
¿Cómo se escribe sin pretensiones?
Ahora mismo me entran ganas de recordar dos historias, casi, casi verdaderas, que me sucedieron hace poco en dos lugares reales. Y me trabo al intentar empezarlas.
Es que no sé por qué las cuento.
No sé quién estoy siendo al contarlas.
Si alguien lo sabe, que me lo diga. Así podré contradecir sus palabras.
O que no me lo diga.
Mejor sólo me desfogo un poco y luego nos vamos todos a algún velatorio gallego, uno de esos en los que los cristianos vivitos y coleando cargan cada uno su ataúd - no sea que luego les llegue la hora de verdad y no hayan cumplido lo que quiera que sea que tenían que cumplir- y finaliza todo en una romería lúbrica y veraniega, con contactos carnales variados entre los castaños y el brezo.
Pero ya he empezado a hablar: esto es un vicio. Así que, sea quien sea la que habla, yo o yo, o mi siamesa, o quizá alguna gilipollas irredenta delante de un teclado, y sin saber aún para qué, continuaré largando un poco más.
La primera historia a recordar, narraría cómo y por qué cometí anteayer la aparente tropelía de arrojar a un precioso fantasma, en forma de niña con tirabuzones y frufrús, por la barandilla de un puente sobre el río Tajo.
Lo hice, bien lo sabe Dios, porque la criatura resultó ser una pelma de padre y muy señor mío.
No me quedó otro remedio.
Sé que mi acto puede parecer cruel y deleznable. Era tan mona... pero se trataba de mi supervivencia o la suya. Bueno, la suya no, porque ya estaba muerta desde 1919. Pero es que, para estar muerta, ojo la murga que daba.
Pretendía que le comprara una Barbie. LLoriqueaba, parloteaba y se quejaba sin cesar, persiguiéndome por los setos laberínticos de mi palacio (porque debería ser mío, naturalmente) de Aranjuez.
Yo me había apiadado de ella unas horas antes, al verla tan solita en su inmortalidad encantada, y había cedido a sus ruegos de adoptarla como niña-fantasma personal.
Error.
Grave error.
No consideré que, si vagaba tan solita entre los parterres, por algo sería.
Y era porque no la soportaba ni el tato.
De modo que la agarré por uno de sus pies calzados con calcetinitos de punto de seda y zapatitos de charol, y fue su destino (¿o fue su azar?) hacer splash con grandes aspavientos, amerizando entre las aves acuáticas que graznaban a los chopos desnudos incendiados por el ocaso y bla bla bla.
Supongo que más tarde saldría a flote, con lo cual ahora andará recorriendo los senderos de la Isla en busca de algún nuevo incauto al que dar la brasa.
Advierto, pues, de este grave peligro a los futuros paseantes de los jardines de Aranjuez.
La segunda historia consiste en que la Dama de Baza me ha concedido audiencia, esta mañana, en su urna del Museo Arqueológico Nacional.
No es la primera vez, claro, pero hoy nos hemos quedado más rato charlando.
Doña Cloti (la Dama de Baza se llama Doña Cloti), se ha transfigurado, como acostumbra, de fría piedra inmóvil en la auténtica y muy carnal Diosa Madre mediterránea, en su versión más arisca pero también más fundamentada y enjundiosa: la de Señora de la Ultratumba.
Pues bien: no hay secreto cuya respuesta Doña Cloti ignore.
Y, me estará mal el decirlo, pero, como me tiene cierta afición, me habla a menudo.
¿De dónde, si no, sacaría yo tantísimo embuste? :-D
Ya contaré lo que me ha dicho, ya.
Y ya he vuelto a escribir y a decir aquí estoy yo.
Incorregible.
Soy inconstante hasta para las vacaciones.