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Kiribati

Aprendiendo a bailar

Aprendiendo a bailar

Anoche bailé con El Loco.
Le seguí por el bosque,imitando sus pasos:
su vertiginoso claqué de cascabeles.
El numen danzarín pirueteaba
sobre cada tocón petrificado,
y a mí no me costó nada emularle
porque fluí en estado de mercurio.
El mundo era una arcana caja de cristal
con aristas azules que planteaban
inicios de aventuras por un lado
y principios matemáticos por otro.
Pero cuando llegamos junto al gran árbol negro,
el de las ramas que forman espirales
y las raíces que nacen del mar de hidrocarburos,
El Loco se detuvo y me miró tristemente:
-Ahora ve tu sola, niña de la luz imaginaria.
Y desapareció detrás de un rayo verde.
De inmediato volvimos a empezar
y entonces yo era El Loco.
La niña de la luz imaginaria
me seguía, imitando mis pasos:
mi vertiginoso claqué de cascabeles.
Y las leves variaciones aleatorias,
al cabo de un número de ensayos infinito,
resultaron de todo irrelevantes.

Nada que decir

Sí, estoy siendo mala.
Sí, sigo tirando a los diosecillos de sus pedestales.
No, ya no me embelesan las niñerías en los cuarentones.

Me duele la garganta. Es porque esta mañana anduve descalza. Aún así, he nadado y he sido feliz.

Y ahora quiero dormir.

Gris

Gris

Una mañana entera -un verdadero calvario por motivos que sí hacen al caso pero que no saldrán nunca del secreto absoluto-de reunión en la Subdirección.

La gente hacía dibujitos en los folios a hurtadillas. Yo he dibujado una cara de mujer. Una cara de mujer que ahora tengo aquí delante.
No se parece a nadie.
Es una cara que no tiene ni puta gana de reirse hoy. Una mujer que ayer lloró y que luego dejó pasar una noche en negro, con sus correspondientes pastillas y su posterior despertar sobresaltado esta madrugada, sabiendo que tendría que acudir a una reunión que sería un verdadero calvario (por motivos que sí hacen al caso, pero que no saldrán nunca del secreto absoluto). Una boca cerrada, sellada como si se le hubieran pegado los labios. Unas pupilas demasiado insondables para que ningún lector accidental de estas líneas pueda entender lo que ella piensa y siente: la derecha es inmensamente triste; la izquierda es fría y mira fijamente a un punto, un punto que es una decisión inapelable. En conjunto, las dos componen una mirada que es un enigma.
Ella no piensa en la muerte; le resulta ocioso pensar en la vieja conocida.
La muerte está paseando ahora por doquier, en todas partes, en todos los pliegues de las esquinas de su existencia laberíntica y plagada de obstáculos.
Mientras escucha la música aquí, a mi lado, la mujer dibujada entre líneas azules que desvelan decretos y disposiciones adicionales, sabe que no está esperando absolutamente nada.
Atrapada por la verdad de su existencia inmóvil, me ordena con la mirada que viva todo lo que ella no puede ni podrá vivir. Que recorra las veredas haciendo crujir las hojas secas con mis pies errantes camino a ninguna parte. Que me llene de respiraciones por todo mi adentro, y aliente hasta el último aliento, porque en algún iluminado recodo del futuro me están esperando el mar y el bosque que ella, tan desdichada, perdió antes de haber avistado siquiera sus colores.

Calvario gris, noche oscura de ansiolíticos, lágrimas interminables, horas perdidas en la niebla...

Un te quiero rotundo que es una perfecta piedra angular, mal que te pese: i don´t give a damn, i don´t give it up what you say about that.

Veinticuatro largos en la piscina. Bendito sea el dolor de mi cuerpo. Bendito el silencio de las profundidades azules.

Bendita el alma de papel de esa mujer dibujada entre decretos ley.

Creo que voy a mudarme de bitácora.

Cacho de cancioncilla para esta luna llena de fin de semana

Cacho de cancioncilla para  esta luna llena de fin de semana

"...volverás desde tu Infierno
con el rabo entre los cuernos
implorando una vez más
pero para ese entonces
yo estaré en millón de noches
lejos de esta enorme ciudad
lejos de ti.
Si te vas, si te vas, si te marchas
mi cielo se hará gris
si te vas, si te vas, ya no tienes
que venir por mí
si te vas, si te vas, y me cambias
por esa bruja, pedazo de cuero
no vuelvas nunca más
que no estaré aquí..."

(la Shakira)

Clima Mediterráneo

Clima Mediterráneo

Se viene dando, algunas de estas noches, un fenómeno meteorológico asombroso.

En pleno centro de la celtibérica Meseta, en mitad del otoño (que es invierno, porque ya sabemos lo que hay: nueve meses de invierno y tres de infierno), partiendo del interior de determinado recinto secreto, se desencadena por momentos, en todo su cálido esplendor, el clima mediterráneo.

Lo juro: lo he visto yo con estos mismos ojos que descubrieron afortunados, en su día, los colores de Van der Weyden y las pecas de tu espalda.

En el páramo difuminado por la espesa niebla de contaminación, el espectáculo resulta todavía más deslumbrante, sobre todo anoche, cuando se materializó de pronto el patio con naranjos del Museo Frèderic Mares a sólo unos metros de nosotros, en las mismísimas, agrestes e indómitas fronteras de Valdemoro.
Aparición repentina que festejamos, por cierto, entonando canciones guarrillas en valenciano del Norte, en milagroso mestizaje con rimas y poemas del Sur metropolitano de la capital del Imperio :"¿A qué fuiste a Parla?..."(ejem, usté qué cree); "Visite la Costa Marrón: Getafe, Leganés y Alcorcón". Y, para colmo, Sabina en la radio dice que si mis ojos de gata, miau. De gata miope, miau. Y esto..., bueno... bueno, esto no lo dice Sabina, mi lengua de gata, de gata que se fue a Parla, ja ja, digo miau.
En fin, cuando entornábamos los ojos veíamos el Port Olimpic y las tortugas de piedra de Gaudí, todo con iluminación nocturna de gala, por supuesto.
Pero también aquel azul, azul, azul de mañana, al fondo de la avenida de las altísimas palmeras.
Eso y mucho más divisamos, pues, desde las orillas de ese leteo oscuro que chorrea, veloz de luces, hacia las profundidades de Al Andalus.

Además, como luego cenamos en un chino y daban por la tele un partido de no sé quién de-no-sé-dónde contra no sé cuántos de las Chimbambas, pues prácticamente, oye, como que dimos la vuelta al mundo.

De modo que no me extraña nada que esta mañana hayan aparecido, esparcidos en el asfalto de la Nacional IV, restos de la playa de Castelldefels, e incluso un almogávar despistado que preguntaba, en la gasolinera de Pinto, cuándo zarpaba la próxima nave a Venecia, porque él, entre tanta tierra, se marea el hombre una barbaridad.

Y de este fenómeno de los climas doy fe, a poco más de una jornada de la luna llena de Noviembre, mes de las brujas y de las semillas durmientes bajo los hielos.

Porque, como es sabido, yo nunca -¡pero nunca, nunca!- miento.

Rubedo

Rubedo

Rubedo es la amputación.
De lo que te pesa, de lo que te duele, de lo que te impide volar.
Y hay que cortarlo, dejar correr la sangre para que forme un riachuelo sobre el césped, porque el rojo se transformará en pepitas de oro cuando amanezca y los primeros rayos del sol se reflejen en el líquido oscuro.
Tan oscuro como el fondo de mis pupilas y como el mar de Homero.

Como si realmente fuera parte de ti, la criatura se aferrará a tu carne y mentirá en tu oído, jurando y perjurando que no volverá a hacerte daño... Tan hermosa, tan azul, tan soñada... Denodada y lastimera, intentará que sigas creyendo que te es imprescindible.
No es verdad.
Todo lo que no te alimenta es producto de deshecho.
Tienes que eliminarla o te matará.
O ella o tú.

Rubedo es el sacrificio sobre el altar de piedra.
El fondo del agua me ha dicho rubedo, como el tronco del árbol me dijo nigredo.
Afilemos, hermanas, las hachas de sílex.
Para la próxima luna llena y ni un día más.

Así, en pretérito...

Así, en pretérito...

Así, en pretérito pluscuamperfecto y futuro absoluto
voy hablando del trozo de universo que yo era,
de subcutáneas estrellas de sangre
cazadas por el ángel de la anemia
en el cielo arterial,
diciendo leucocitos del alba y río de linfa,
o bien de lo que quise:
el ligero Mediterráneo,
la prohibición de envejecer,
la gavilla del sueño barbitúrico,
y sobre todo, sobre todas las cosas,
Mozart anfetamínico preámbulo de pájaros,
Mozart en ala y aeropuerto,
arco de violín príncipe o piloto: Mozart el Músico.

(Blanca Andreu)

Pez

Pez

Experimento una sensación de felicidad cuando nado.
Sobre todo, debajo del agua.
La impresión de que me encuentro en el mundo verdadero, el que se perpetúa, el esencial: el que conecta con los sueños y con las sensaciones que aún no han recibido nombre.
Lo de fuera es contingente. Pura apariencia que, en alguna de esas ocasiones en que saco la cabeza para respirar, habrá desaparecido.
Allí no necesito pensar. Únicamente dejar que aflore lo que más me gusta ser: un animal.
Instinto, movimiento, supervivencia, energía. ¿Realmente se puede ser más?.
Existir, eso es todo.
Sólo cuando comienza a invadirme el cansancio me doy cuenta de que pronto tendré que volver a la mezquindad idiota de ahí arriba, donde hay tantísima gente y tan pocas personas. Donde yo también soy más gente que persona, seguramente.
Y es extraño, aunque contiene una curiosa lógica, que me sienta más humana cuando soy un pez.

Cuentos

Cuentos

Cuando mi hija y mis sobrinas eran muy pequeñas, durante los veranos en el pueblo, me las llevaba a dormir la siesta conmigo. Siempre, siempre, tenía que contarles un cuento.
Les conté la leyenda de Arturo, los caballeros de la Tabla Redonda y el Santo Grial. Claro está que los Caballeros de la Tabla Redonda juraban ser ser sinceros, leales, valientes, y ayudar a los débiles:sólo así Arturo los armaba caballeros.
Por supuesto, cayeron las aventuras de Ulises y del Caballo de Troya.
Y también cuentos tradicionales, aunque a veces transformábamos a Caperucita en verde y la convertíamos en una gamberra que le tenía al Lobo comida la moral.
Inventamos también un personaje que ellas aún recuerdan muy bien: la Teja Misteriosa. No sé por qué era una Teja ni que tenía de misteriosa, pero primero daba miedo, después risa y luego terminaba todo bien, porque la teja se caía al suelo, se rompía y la tirábamos a la basura.
El caso es que construimos toda una mitología.
Recuerdo la asombrosa historia del Gigante Jopetones y la Reina de los Elfos, en la que salíamos como personajes los miembros de la familia, además de un árbol enorme, una escalera invisible que arrancaba de detrás de nuestra misma casa, unos caballos color violeta y un campo sembrado de hortalizas parlanchinas.
No es extraño que luego, cuando menos se lo esperaba uno, alguna niña sentenciara con absoluta seriedad que "los pepinos están vivos" o "hay un dinosaurio en el patio" (esto último tras divisar una lagartija). O "al pan le gusta mucho comer gatos".
Y es que las cosas son como son, pero también, a veces, son al revés.
Por lo menos a la hora de la siesta.

Es fantástico tener un país propio al que volver.

Un país donde todo es posible y donde todo termina bien.

Un ecuatoriano viola sin querer a una nudista

Un ecuatoriano viola sin querer a una nudista

"Ramón D., de 22 años, ha sido detenido en Quito acusado de un delito de violación. En su defensa, el joven sólo ha podido alegar que lo hizo sin querer. Los hechos ocurrieron el pasado mes de septiembre en una playa nudista. Ramón explica que se acerco a una muchacha que, como él, tomaba tranquilamente el sol desnuda sobre la arena, con la sana intención de preguntarle la hora. Cuando la chica se inclinó sobre su bolso a buscar el reloj en el interior, Ramón sufrió una erección inmediata, tremendamente excitado por el magnífico cuerpo de la muchacha. Después de que la bella nudista le diera la hora, el chico se aprestó a marcharse con tan mala suerte que tropezó y, al caer sobre la joven, la penetró involuntariamente, segun alegó."

http://miarroba.com/foros/ver.php?foroid=71878&temaid=1412960

Quiero ser una bailarina balinesa

Quiero ser una bailarina balinesa

Quiero ser pequeñita, morena,
sinuosa y con los ojos rasgados.
Ostentar kilométricas uñas
y bailar con la cabeza,chium chium,
como si se me fuera a descoyuntar el pescuezo.

Llevar pagoda portátil encima del moño.
Poner cara de om cuando lleguen los guiris
y sacarme una pasta por la Gracia de Buda.
Practicar sexo tántrico -de vez en cuando-
con el que toca el ukelele en la orquesta.

Es que toca muy bien el ukelele
y le da mucha marcha a la danza sagrada.

Tener una tía vendedora de cocos
natural de un pueblo de la provincia de Kuta,
que viva en una cabaña con porche
para que yo me relaje en su hamaca
cuando no pueda más del estrés.

Que me secuestren los piratas de Java,
y que luego me rescate el del ukelele,
(quien se parece a Johnny Depp, por supuesto)
pero no antes de que el capitán corsario
me haya enseñado el tatuaje secreto.

Y lo mejor de todo: librar los lunes.
Que para eso me he pasado el fin de semana
meneando la pagoda, chium chium,
ahora a descansar en el chalet de mi tía
y que me columpien el pirata y Johnny
uno a cada lado de la hamaca
mientras vemos el concierto de Queen en el vídeo
y nos tomamos unos margaritas
todos juntos en om, amor y compaña.

¡Qué sacrificada vida llevamos las trabajadoras!
Pero no me importa porque yo
siempre quise ser bailarina balinesa.
Chium.

Caminata Nocturna

Caminata Nocturna

He salido a caminar esta noche por el campus de la Universidad, que está enfrente de mi casa.
Lo hago muchas veces.
Camino deprisa, casi corriendo, con las manos en los bolsillos. Me relaja.
Esta noche, como suele ocurrir en Noviembre, flotaba una neblina húmeda que difuminaba el resplandor amarillo de las farolas.
Los estudiantes pasaban con sus libros y sus carpetas bajo el brazo, camino de su casa o de la cafetería.
Hay árboles enormes en el campus. Están ahí desde que el complejo era un cuartel, construído en el siglo XVIII, y un barrio de casas militares. Sobre todo, hay uno muy grande en el centro del patio al que rodean los edificios de la biblioteca, el auditorio, el rectorado... Ese árbol posee la virtud consistente en que se aclaran las ideas en su cercanía.
Como ésta es una época de adaptación a enormes cambios en el trabajo, una época que me agota y que no me gusta nada, aunque me suponga beneficios económicos, por las tardes y por las noches necesito caminar. Cambiar de escenario radicalmente.
Ojalá tuviera un bosque más cerca.
Pero no hay bosque y por eso frecuento los parques.
Necesitaría una brújula al revés, de las que hacen que te pierdas. Pero ¿hay brújula, bosque o escapatoria?
Creo que esto no depende sólo de mí.
Necesitaría un túnel para evadirme y a esa persona al otro lado; una puerta secreta al Planeta Jardín: no a cualquier jardín, sino a ése.
Me harían falta unas horas de diversión allí de vez en cuando.
Mucha falta.
Después volvería a mis paseos solitarios por la Universidad, a mi rutina tranquila y tranquilizadora.
Sin haber alterado ningún paisaje. No soy una persona que guste de alterar los paisajes de los demás.
Tampoco creo ser demasiado exigente.
¿Lo soy?
El árbol del campus me ha dicho que no, que en absoluto lo soy.

Translúcidos

Translúcidos

Decidieron por unanimidad renunciar a su condición de humanos.
Desde entonces se dedican a flotar sobre la ciudad de calles vacías, como pequeños dirigibles de cartílago transparente.
Son millones pero les sobra espacio para moverse, puesto que ocupan varios kilómetros de atmósfera sobre la vertical de la antigua Madrid.
A muchos que les visitaron en el pasado remoto, ya les habían parecido gente libre, aunque indiferente.
Ahora son ambas cosas más que nunca.
En la extremidad superior derecha de cada individuo se ha ido soldando, con el devenir de los siglos, una diminuta prolongación rectangular. Es su medio para comunicarse, pero hace mucho que dejó de tener teclas, para limitarse a emitir leves chispazos azulados cada vez que el individuo exterioriza uno de sus pensamientos.
De todas formas, se trata de pensamientos por lo general futiles.
Conversaciones sobre el color del cielo y la velocidad del viento. Si acaso, alguna declaración de amor: pura estética.

Todo empezó, aunque apenas lo recuerdan, una de aquellas mañanas crudas y soledadas de domingo, cuando caminaban por El Prado o por El Retiro con su periódico bajo el brazo.
Asumieron de pronto su identidad translúcida.
Su identidad pacífica y fría.
(En las riberas cálidas del mar del Este, los habitantes de la otra ciudad discurrieron unas horas sobre el tema, con prudente racionalidad, y después continuaron ocupados en sus propios asuntos.)

Suéñame

Suéñame

Suéñame,
mientras duermes rodeada de nubes
que cobijan el germen de un rayo.

Suéñame,
desde el círculo de pálido fuego
prendido en tus cabellos de alba
como un ascua nevada sobre el horizonte.

Mirada de abismo
que usurpaste el lugar de la Luna y del Sol:
suéñame
desde las profundidades del tiempo,
cuando todavía no han nacido las cosas,
cuando aún no han sido modeladas las sombras.

Mírame:
estoy atrapado detrás de la puerta.
Suéñame.
Créame pronto y sácame de la nada.
Constrúyeme.
Pronuncia mi nombre
para que mi nombre signifique algo.
Añórame,
haz que consiga escapar de esta muerte.

Invéntame.

Suéñame.

Amelia, 27-10-2004.
(Para Reto I de maru-maya)

Antiguos Seres

Antiguos Seres

Los carpetanos celtibéricos adoraban, desde tiempos inmemoriales, a un ser femenino a quien los romanos identificaron con Diana.

Dicho ser femenino, cuyo nombre hemos perdido, moraba en bosques, arroyos y fuentes, acompañada por un cortejo de jóvenes que nuestros invasores asimilaron, a su vez, a las ninfas.
Diana y ninfas sólo son tranquilizadoras denominaciones para bien pensantes ciudadanos latinos.
Pero nada más lejos de las risueñas efigies clásicas.
Hablamos de criaturas salvajes. De canciones como roncos gemidos que hielan la sangre de los hombres que espían.
De lobos que se acercan a la hoguera, en las noches de luna llena, para prestar la caricia de su piel a seres adormecidos en brumas de hierba.
En todas partes, esa Diana agreste tuvo un mellizo bello y tenebroso.
Armado con flechas y envuelto en pieles, mostró su sonrisa feroz entre los etruscos; fue llamado el Lobo Oscuro entre los griegos primitivos y Siegmund donde ella se llamó Sieglinde.

Aquí se ha perdido.
No sólo su nombre: hasta su recuerdo ha sido borrado.
Tal vez yace en lo profundo de la Sima del Destino, cerca del río de muchos ojos, allá donde descendió a buscarle el buen caballero loco.
Tal vez la desdicha le volvió doliente y languideció entre las tumbas de la catedral.
Puede que su no-nombre se murmurara al oído de los niños que duermen poco.
Quedan piedras, inscripciones, mañanas de San Juan. Un héroe y una espada.
Un amor inmortal y prohibido que se forja, incandescente, en el yunque del dolor más terrible.

Daban mucho miedo los mellizos divinos, los mellizos salvajes. Aún dan mucho miedo.

Tengo una rana masajista

Tengo una rana masajista

Ayer iba yo a hacer la compra en el Hipercor, cuando una encantadora señorita me salió al paso para ofrecerme un aparatito de masajes con forma de animalito. He de decir que, escasamente media hora antes, me había hecho un corte con un cuchillo en un dedito de la manera más tonta. No había nadie en casa para consolarme de mi espantosa herida, asi que acogí aquel consuelo mercenario con alborozo.
Otras veces ni caso he hecho a las vendedoras de bichitos masajistas, pero ésta llegó en buen momento y era encantadora, razones por las cuales le permití que me hiciera una prueba.

¡Joerrr, qué cosquillas!
La gente se quedaba mirando porque me daba mucha risa, con saltitos y ayayayquécosquillas, y, claro, la chica se partía de verme.

Otro espectáculo gratis que proporcioné a mis conciudadanos.

Claro que le compré el bicho. Me encantó. Una rana, por supuesto. Bueno, las mariquitas eran monas, pero es que hace poco me he comprado un sujetador con estampado de mariquitas y mucho mariconeo ya.
Tratándose de mí, que soy anfibia como sabe todo el planeta, tenía que ser una rana.

Por razones que no hacen al caso, me vienen ahora a la memoria los gilipollas que hay por el mundo.

Pareceré despiadada, pero cuán preferible es mi rana masajista a un gilipollas.
Suele pensarse que, por el simple hecho de ser uno un bípledo implume medio evolucionado del australopithecus, se goza de más derecho a ocupar un espacio en el Universo, y en la vida de las buenas personas, que un aparato de pilas.
Craso error.
Con mi rana relajo mis músculos y doy masaje a mi niña en su espaldita cansada de llevar la mochila. Y además es monísima, de un verde esmeralda precioso. Y el rato que pasé con aquella chica encantadora del Hipercor, siempre será un grato recuerdo asociado a mi bichito mecánico.

¿Y un gilipollas qué proporciona, aparte de quebraderos de cabeza y disgustos?

En fin, que no me vea yo en la tesitura de tener que elegir entre cortar el suministro de oxígeno a un gilipollas o las pilas a mi rana.

Y eso es lo que hay.

(La imagen no tiene nada que ver, es que me gusta a mí)

Orillas

Orillas

Vivían en las orillas del Gran Río. En orillas opuestas: nunca llegaron a tocarse. Sólo se hablaban, se hablaban mucho, años de conversación acumulados.
Y se miraban, casi siempre sonriendo.
Alguna vez, uno de los dos propuso cruzar el cauce para ir al encuentro del otro. Pero el cauce les parecía demasiado peligroso. Los remolinos, asesinos invisibles, succionaban a los nadadores hacia el fondo, donde sus pies quedaban atrapados entre las algas y ellos jamás volvían a emerger a la superficie, sino que vegetaban como sombras arrastrándose para siempre entre las arenas del lecho.
Al menos eso creían los dos, bien porque lo habían soñado o bien porque los ancianos de sus respectivas aldeas se lo habían relatado.
De modo que transcurrieron los años y ellos jamás se decidieron a cruzar al otro lado.
Cuando llegaron a la edad adulta, comenzaron las ausencias.
Las obligaciones y las pasiones los mantenían lejos de la ribera.
Siempre terminaban volviendo, pero cada vez con menor frecuencia. Y, sobre todo, cada vez coincidían menos. Cuando alguno de ellos se sentía solo, desdichado o enfadado con el mundo, con o sin motivo, añoraba al otro y acudía al Río. Pero justo entonces el otro era feliz en su aldea y ni siquiera recordaba que el Río existiera, más que, quizá, en alguna tenue ráfaga de sueño cuyo recuerdo desaparecía en cuanto despertaba.
Luego terminaron los años del ruido.
Perdieron todo aquello que se suele perder: la juventud, la fuerza, el entusiasmo del amor. Perdieron personas y cosas insustituibles y entonces sí retornaron los dos al Gran Río.
-Una cosecha próspera este año.- dijo uno de ellos a modo de saludo, nada más ver al otro tomar asiento en la hierba de enfrente.
-Para los jóvenes.-dijo el otro.-Nosotros ya hemos terminado con aquel asunto de la hoz.
-Extrañaba estas mañanas en el Río.
-Yo también. ¿Mereció la pena ausentarse de la orilla?
La pregunta quedó sin respuesta, mientras las miradas de ambos ancianos se perdían en las aguas oscuras, como si fueran las de una sola persona.

La Catedral

La Catedral

Algunas veces pienso en qué estará ocurriendo ahora, durante este preciso instante, en el interior de aquella Catedral gótica que visité con luz de día.

Cómo el drama del tiempo hará crujir las tallas de madera. O propiciará un goteo lánguido, repetido e insistente desde cierta mancha de humedad que pasa desapercibida para los turistas. Cómo silbará el viento entre los fragmentos agujereados de una vidriera, y cómo ese mismo viento agitará la túnica y el cabello de una imagen que parecerá cobrar vida de repente.

No sé si se habrá escrito el relato de terror en el cual el protagonista cierra los ojos en su cama, a oscuras en su habitación, y, cuando los vuelve a abrir, se encuentra inexplicablemente encerrado en el interior desierto de la Catedral. Rodeado de miradas fijas de Cristos cubiertos de sangre y de Vírgenes que, desde sus tristes pupilas intensas, volcarán sobre él toda la culpa del mundo.
Presa del pánico, el protagonista correrá de inmediato hacia el enorme portón cerrado y golpeará desesperado la madera con los puños.
Se aferrará a esa puerta carcomida. Gritará. Pero comprenderá en seguida que el eco de su propia voz resulta todavía más aterrador y que ya no se atreve a mirar a su alrededor siquiera, porque sabe (sabe, sí) que las imágenes han cambiado de lugar y de postura a sus espaldas.
Entenderá que está solo.
Solo en su indefensión humana.
Entenderá que ellos, esas formas de vida hechizadas, han decidido hacerle saber que es un intruso y que será brutal, caprichosamente castigado.
Y enloquecerá con las uñas clavadas en la hoja de madera.
Enloquecerá de miedo.
Sólamente de miedo, pues, ¿qué le hubiera impedido destrozar las imágenes, pegarles fuego, romper las vidrieras, huir, negarse al sacrificio del terror supersticioso?
Nada. Pensamos, desde la seguridad engañosa del salón de nuestra casa, que nada.
De modo que el protagonista, seamos sinceros, tal vez ya estaba loco antes de abrir los ojos en la Catedral, cuando los cerró en su lecho.
Por eso, al amanecer, las beatas que acuden a la primera misa del día no descubren nada extraño en el templo. Desde luego, ningún hombre yace agarrotado de pánico junto a la portada principal. Cada objeto sagrado permanece en su lugar, constelado en su preliturgia inamovible, eterna, como las estrellas que, para su solaz, puso en el Cielo el Creador.

Ahora bien, desconocemos si esta ausencia de rarezas se debe a que el hombre nunca estuvo allí, ni salió siquiera de su cama.
O a que unas manos pías retiran cada amanecer los cadáveres de los muertos de miedo en la Catedral.

10 de Octubre

10 de Octubre

Frío.

Ha empezado. Lo hemos inaugurado con Ibuprofeno y sus correspondientes imágenes oníricas: un asesino psicópata andaba suelto, por ahí, por alguna parte, y yo tenía que construir un tejado. Bonitas tejas rojas sobre una estructura de cabaña.
Pero esto sólo son sueños químicos.
En realidad el malo está por dentro.
Respiro con calma, me relajo, floto en el agua tibia, me como una maravillosa ensalada de tomate, lechuga, gorgonzola, pollo, orégano...
Luego tomo Ibuprofeno. La niña de los ojos verdes me abraza y me duermo, mirando la lluvia.
Me abrazan por el móvil también. Qué bueno.
Me pierdo en el edredón y el mundo se queda atrás.
Me duelen los muslos y la espalda, pero también el dolor se difuminará, al menos hasta que despierte.
El día se ha vuelto hacia las profundidades.
Ya no se le puede rescatar.
Aunque, tampoco hay mucho que hacer ahí fuera.
Sólo asar dos manzanas con azúcar y canela y ver una película en la tele.

¿Por qué (nos) está ocurriendo esto?
¿Y cuánto tiempo llevaba sucediendo, antes de que empezara(mos) a ser conscientes de nuestro cuerpo?

Tengo ganas de navegar por el Egeo.

Caricia

Caricia

Dormitaba y soñó con una caricia.
Percibió el contacto de una mano recorriendo despacio su espalda. Una mano suave, con dedos que crepitaban como el papel de hacer farolillos.
Prefirió seguir durmiendo.
La sensación persistió, aunque disfrazada: peces diminutos agitaban las aletas nadando en el estanque en que se había transformado su cuerpo.
En su sueño, la caricia se confundía con el placer que le llegaba desde dentro de sí, como inoculado al revés.
Sonrió.
Despertó.
Era verano. El sol de la mañana se reflejaba en la pared del dormitorio y llegó hasta sus oidos el rumor de las olas a través de la ventana abierta.
¿Quién estaba a su lado?
Tarde o temprano tendría que volver la cabeza para mirar.
Borró su sonrisa.
Pensó que las caricias deberían tener vida propia, no haber nacido de la voluntad de nadie, no proceder de ninguna mano real. Ser sólamente hijas de los sueños.
Peró al fin volvió la mirada y descubrió que quien acariciaba su espalda se había marchado.
Con gran alarma, percibió que deseaba salir en su busca.